Hablar del Carnaval de Badajoz, cuando uno es pacense y además todavía ronda la treintena, no deja de antojárseme como un ejercicio muy grato, sano y bastante recomendable. Me atrevería a afirmar que incluso me resulta terapéutico. Yo aún diría más, mi querido Hernández, hasta me resulta muy terapéutico. Cuanto más si tan noble exposición se realiza de esta inmejorable tribuna que no es otra que esta Revista Oficial del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz, desde donde por primera vez (y espero que por muchos años) me dirijo a ustedes, siendo consciente de la enorme responsabilidad para con mis conciudadanos, y con la finalidad de transmitirles mis impresiones sobre una fiesta, la nuestra, la de todos, que ocupa un lugar especial en mi corazón y en mi memoria.
El menda era hasta hace bien poco uno de tantos treintañeros que, tras los excesos de la adolescencia y primeros años de juventud, comenzaba ya a renegar de una fiesta a la que consideraba de escaso sentido, y a la que cada año se resistía con más pereza. ¡Cuan traidores podemos llegar a ser los hombres cuando renegamos de nosotros mismos y de nuestros recuerdos más dulces y entrañables! Gracias a Dios, el Tiempo, ese puñetero mal nacido, fiscal implacable e impasible donde los haya, se encarga de poner a cada uno en su sitio, y de equiparar cada momento de tu vida en el espacio asignado por la memoria, la cual dictamina los recuerdos que se convertirán en inquilinos de nuestro corazón y aquellos que sin embargo serán desechados y se volatilizarán de nuestros recuerdos para siempre como polvo en la lluvia.Fue hace un par de febreros, cuando me disponía como cada domingo a dirigirme a mis desocupados lectores de HOY, cuando me rencontré, gracias a la memoria, con el Carnaval de mi tierra. Lo que comenzó como un despliegue de crítica con ademán de desprecio y ninguneo, con cierta alevosía y bastante mala leche y peor café, acabó convirtiéndose como quien no quiere la cosa en un entrañable homenaje a la magia del Carnaval de Badajoz.Resulta sorprendente viajar al centro del cerebro y comprobar cómo uno de tus primeros recuerdos tangibles de la niñez es la de tu propia imagen, disfrazado de futbolista, embargado de ilusión y felicidad, acudiendo de la mano de tu madre a la guardería, donde te esperaban todos tus compañeros ataviados con sus disfraces. Si la mayoría de jóvenes de mi quinta, hicieran un pequeño esfuerzo y viajaran a través de su memoria más atrás en el tiempo, no me cabe la menos duda de que la mayoría de éstos se sorprenderían a sí mismos con recuerdos de parecida índole.
Me encantaba disfrazarme de futbolista
Es curioso que el primer disfraz que recuerde sea el de futbolista, posiblemente será por aquello de que todos nos disfrazamos de lo que nos gustaría ser, o de lo que nos hubiera gustado ser. Aunque no creo al cien por cien dicha afirmación, pues en una ocasión, con 14 años, me disfracé de animadora rubia y con coletas, con sus pompones y todo, y dudo que jamás de los jamases albergara en mi oronda inmensidad dedicarme a tan travestida profesión.
Hay quien insiste en que no hay nada peor que un hombre disfrazado de mujer, ya que según las malas lenguas (que incluso por aquí también las hay) alimenta la sospecha además de hacer gala de un mal gusto considerable. Quien suscribe no mantiene tal máxima, y sus conciudadanos seguramente tampoco, ya que nos hemos criado en la evidencia y en la opinión de que lo que uno busca al disfrazarse es divertirse y divertir a los demás. ¡Qué ganas tienen algunos cenizos de ver la paja en el ojo ajeno e insistir en que algo no pueda dejar de ser divertido sin un trasfondo de dudosa negatividad!
En Badajoz, el disfraz siempre ha sido lo de menos. Una simple excusa en pos de la diversión más sana y la búsqueda inagotable de la media sonrisa o la explosiva carcajada.Aún recuerdo, no sin cierta nostalgia, cuando en mi grupo de amigos, cansados ya de los preparativos y de lo difícil que era ponerse de acuerdo, nos inventamos el más cómodo y sencillo de los disfraces. Hartos de pasar frío en anteriores ediciones, y de cargar con los más a absurdos accesorios, nos enfundábamos unas viejas batas de médico sobre nuestras ropas de abrigo que maqueábamos para la ocasión. Algunos añadían, como único accesorio, enormes y divertidas jeringuillas que como bien pueden imaginar no cumplían sino una función estrictamente etílica.
Existen, por el contrario, quienes se toman muy en serio todo lo referente al disfraz. Lo deciden con suficiente tiempo junto a sus pandillas de amigos, y gastan no poco estipendio en la consecución y complementos de lo mismos, y a éstos se les nota un brillo especial en los ojos cuando se los enfundan por primera vez para escuchar el pregón del Viernes de Carnaval, con los primeros tambores como telón de fondo.
Ese tambor, que por cierto no deja indiferente a nadie. Algunos lo aman por considerarlo el símbolo del Carnaval de Badajoz, otros reniegan de él afirmando que es un peñazo. Un servidor no opina ni lo uno ni lo otro… sino todo lo contrario. Existen momentos apropiados para el tambor, de la misma manera que los hay para el baile, el cante o una conversación distendida y animada. Aunque mentiría si no reconociera que en esta ciudad, el noble y difícil arte de la percusión se toma muy a la ligera.
Existen quienes realmente ejecutan un trabajo admirable en las tamboradas y en el desfile del domingo, pero igualmente hay muchos que en cuanto portan un par de baquetas en las manos se creen que pueden emular a Phill Collins, y éstos resultan algo pesados. Lo poco agrada y lo mucho cansa, y las comparsas, numerosísimas por cierto, deberían replantearse si tras las tamboradas y el desfile, no sería más adecuado poner en práctica el antiguo y sabio dicho griego que afirma que en el término medio se encuentra la virtud. A muchos les sorprende mi poca devoción por las percusiones de las comparsas (que no por el excelente y vistoso resultado de sus majestuosos trajes), ya que a priori dan por hecho, que habiendo tocado la batería tantos años en agrupaciones pacenses, lo gozo de lo lindo con sus creaciones. En defensa de éstas habría que matizar que tras tantos años, la posibilidad de sorprender es cada vez más compleja a pesar del enorme esfuerzo y dedicación de sus componentes.
La verdad es que en los últimos años disfruto más con las ocurrentes murgas, cuyo concurso sube de categoría en cada nueva edición hasta extremos de tener que organizar preliminares para asegurar cierto nivel en la final. Siempre he preferido a las murgas más divertidas, en detrimento de las denominadas más serias, pero disfruto musicalmente con ambas. En varias murgas pacenses podemos encontrar algunas de las mejores voces y más soberbias guitarras, y en casi todas ellas un arte impecable y un trabajo realmente imaginativo en sus percusiones, cuyos músicos ejecutantes no suelen recibir elogios equiparables al resto de colegas. El alto nivel y el enorme grado de coordinación existente en muchos de ellos consiguen como resultado final que su murga parezca contar con una batería completa en lugar de un simple bombo con platillos y una caja. Se escuchan ritmos bases de pop, de música disco, de rumba, de salsa, de heavy e incluso de reggaetón. Con sus redobles de caja y timbal, y sus característicos sonidos de “hi hat” abriéndose y cerrándose. Desde estas líneas ruego el justo reconocimiento a su encomiable labor.Siempre me ha resultado digno de admiración lo volcada y presente que se haya gran parte de la ciudadanía pacense en todo lo referente a nuestro Carnaval. Es raro no conocer a nadie de tu entorno que no figure en comparsa o murga, o que sea parte del equipo de alguna asociación que organiza desfiles infantiles de disfraces o cualquier acto relacionado con nuestra fiesta. Solo así se explica el hecho de que el Carnaval de Badajoz haya sido declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional.
Algunas voces animan a trabajar más en pos de una mayor difusión fuera de nuestras fronteras, para que cada vez más personas se animen y se unan a los miles que nos visitan cada año, algo que especialmente a mí, como ciudadano me agrada e ilusiona profundamente.
Pero sin olvidar que más allá de la difusión nacional, y de la promoción que pueda suponer para nuestra ciudad, el Carnaval debe ser ante todo, un recuerdo constante, un habitante ejemplar de nuestra memoria, para no olvidarnos de la fiesta que todos los pacenses debemos llevar por y para siempre en nuestro corazón.