Ahora es fácil verlo.
Que eran un efímero punto álgido, que
el cine de sus creadores perdería fuerza, derivaría en fórmula o se transformaría rápidamente en otra cosa, en otras cosas,
quizá más ambiciosas, pero difícilmente mejores.
"Ren xiao yao", "Saenghwalui balgyeon", "Sharasojyu", "Kôhî jikô", "Dofka nai meuman", "Huayang niahnhua", "Yu guanyin"...
y desde luego "Tianqiao bu jian le".
Intercalada entre las que son probablemente sus obras máximas, "Ni neibian jidian" de 2001 y "Bu san" de 2003, esta especie de añadido o epílogo de la primera de ellas - y avanzadilla de otra gran película posterior, "Tian bian yi duo yun": la carestía de agua, la pornografía -, encapsula para siempre las cualidades que entonces parecían inherentes al cine de Tsai Ming-liang.
No sé si la mayor de ellas pero sí la más indeleble, el registro desde puntos de vista todo lo sensoriales posible de los tiempos que vivíamos, su arquitectura, sus sonidos (y para mis adentros siempre usurpó el lugar de la que cierra el film, otra canción, tan diversa, "Waiting for the next big parade"), sus anónimas gentes, los objetos y espacios, los colores, etc., era tan certero y evocador, tan bello en "Tianqiao bu jian le" como en "Playtime" de Tati - inequívoca conexión - y quizá remitía mucho más atrás, a tantos silenciosos Chaplin, a "Lonesome" de Fejös, a aquella estirpe de films desencantados con los laberintos del progreso, films que son como una bóveda transparente, aparentemente infinita pero que se rompe si se percibe su equilibrio como sencillo, una simple base ampliable a otros empeños de más calado.
Es un formato breve como este (al que tantos deberían volver cuando les flojean las ideas o los medios y en el que parece asentado Tsai, en un momento difícil) la mejor solución para transmitir la indiferencia de la ciudad, dejada atrás la hostilidad de otras décadas porque ya sus calles no pertenecen a nadie físico y tan poco importan quiénes se quedan como quiénes se marchan.
Es tal la perfección de "Tianqiao bu jian le" que no hace falta ni haber visto "Ni neibian..." ni conocer el pasado ni los nombres de sus protagonistas, incluso sobran los diálogos (muy escasos y ninguno entre ellos), como ocurría en tantas grandes obras finales mudas en que cada plano era una construcción pura, libre de esteticismo.
Un simple puente, el único elemento ancestral de comunicación restante, que cruza la avenida y que ya no está donde solía, es el espacio, tan poco acogedor, que debía reunir a estos dos inadaptados.
Ella no puede encontrarlo y ni siquiera mirar porque la ciudad le devuelve su propio reflejo en mil cristales de espejo. Pierde su documentación en una absurda discusión con un policía. Ahora ya sí que no es nadie.
Él cree haberla visto bajando una escalera, pero no está seguro porque debe hacer tiempo que es menos de lo poco que solía ser. Vive en alguna parte, se asea en letrinas públicas y pronto estará cualquiera sabe dónde que se esté rodando un hardcore barato de médicos y enfermeras.
Si se encontraran, tal vez...