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Córdoba: el laberinto blanco

Por Pinceladasdeunamicroviajera @microviajera

Córdoba te enamora a base de perderte en la blancura de sus estrechas calles llenas de macetas, naranjos y fuentes. El murmullo del agua te acompaña donde vayas mientras piensas ¿Habré pasado ya por aquí? En el fondo no importa, porque a veces lo más bonito es estar perdido y disfrutar de no tener un mapa, de guiarte por el agua y por el olor a flamenquín recién hecho. Es el momento de buscar una buena terraza y disfrutar de la deliciosa gastronomía de esta tierra. Creo que nunca me cansaría del salmorejo.

CÓRDOBA: EL LABERINTO BLANCO

La Posada del Potro que acoge el Centro de Flamenco Fosforito. Foto: Sara Gordón

Todas las calles llevan a la mezquita, podrán disfrazarla de catedral pero su pasado asoma en cada capitel decorado y en las finas columnas que se suceden hasta el infinito. Cada detalle cuidadosamente esculpido inventa un espacio mágico y bello en el que dejarse llevar por los sentidos, perderte en la historia para descubrir su pasado. A su belleza se une la inmensidad del espacio, una pequeña fortaleza en mitad de un laberinto de calles blancas, cada puerta da a un patio, a agua y a un interior que tiene algo de vegetal.

CÓRDOBA: EL LABERINTO BLANCO

Se empezó a construir como mezquita en el año 785, con la apropiación y reutilización de los materiales de la basílica hispanorromana de San Vicente Mártir. Foto: Sara Gordón

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Tiene 23.400 metros cuadrados. Foto: Sara Gordón

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En 1238, tras la Reconquista cristiana de la ciudad, se llevó a cabo su consagración como catedral. Foto: Sara Gordón

Puertas acordes con la mezquita te devuelven al sol de Córdoba y te sacan del ensueño de las columnas interminables para seguir paseando la ciudad, tatuando cada rincón decorado por hermosos patios enflorecidos. El blanco da paso al azul del Guadalquivir, el conocido como río Grande que viene desde la sierra de Cazorla, y a otro pasado más lejano pero presente en los cimientos del puente romano que atravesamos. Las culturas se entremezclan, conviven, tejen una historia única.

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La torre de Calahorra fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1931. Foto: Sara Gordón

Las vistas desde la Torre de Calahorra reafirman su condición defensiva y en su interior las tres culturas de Córdoba: musulmana, cristiana y judía, muestran su paso por la ciudad.

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También conocido como “el Puente Viejo” fue el único puente con que contó la ciudad durante 20 siglos, hasta la construcción del puente de San Rafael, a mediados del siglo XX. Foto: Sara Gordón

Volvemos a adentrarnos en el laberinto de calles. El Alcázar de los Reyes Cristianos es otro espacio abierto testigo del paso del tiempo y de las diferentes culturas. Vagando por sus cuidados jardines me siento hipnotizada por el sonido del agua y pierdo la noción del tiempo.

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Fue ordenado construir por el rey Alfonso XI de Castilla en el año 1328. Foto: Sara Gordón

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Su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994. Foto: Sara Gordón

Todos los tiempos parecen uno cuando miras a tu alrededor en Córdoba, la época romana, la musulmana, la cristiana… Los naranjos supervivientes en estrechas calles como la del pañuelo que muere en la intimidad de una plaza que esconde una fuente y olor a azahar. El recogimiento conventual de la plaza de Capuchinos iluminada por el Cristo de los faroles. Córdoba son muchos retazos unidos para el deleite del que se pierde en el paseo.

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Córdoba ha sido el lugar del nacimiento de tres grandes filósofos: el romano Séneca, el musulmán Averroes y el judío Maimónides. Foto: Sara Gordón

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El Cristo de los Faroles, fue realizado por el escultor Juan Navarro León en el año 1794. Foto: Sara Gordón

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En mayo todos los años comienza el concurso de patios cordobeses por la ciudad. Foto: Sara Gordón

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