Puede parecer extraño lo que voy a decir, pero, a pesar del calor de estos últimos días de agosto, es posible visitar algunos enclaves del interior de Andalucía, si se siguen algunas pautas. Esta es una propuesta para los que gustan de la tranquilidad y prefieren evitar a las masas playeras y feriantes.
Córdoba es una ciudad ideal para organizar una escapada de una noche en pareja. Cierto es que estos días se registran allí temperaturas que superan los cuarenta grados, pero eso propicia que el precio de los hoteles baje tanto como sube el termómetro, por lo que no será difícil conseguir por unos cuarenta euros una habitación doble en uno de los hoteles de la zona norte que cuentan con jardines y piscina, donde el precio suele ser cuatro veces mayor. Lo ideal es pasar la tarde de nuestra llegada en la tranquilidad de la piscina, a la sombra entre chapuzón y chapuzón.
Con la llegada de la noche es el momento de conducir hasta el centro, aparcar cómodamente y cenar. Después de la cena, nos encaminaremos hacia los Reales Alcázares, que este mes permite una visita nocturna a sus jardines por el módico precio de dos euros. El paseo resulta inolvidable y romántico. Los jardines no resultan tan fastuosos como los del Generalife o el Alcázar de Sevilla, pero constituyen un magnífico ejemplo de la delicadeza del legado musulmán en Andalucía. La noche les da una magia especial, donde se combinan a la perfección el murmullo del agua, el perfume de las flores y las vistas de la mezquita iluminada.
Una vez efectuada la visita al Alcázar es muy recomendable recorrer tranquilamente las calles de la vieja judería cordobesa, que a esas horas nocturnas permanecen silenciosas, dotadas de un particular misterio en el casi podemos oír las voces de las personas que la habitaron. La estatua de Maimonides, junto a la Sinagoga, parece encerrar en su mirada parte de los misterios del universo. Su contemplación tiene la rara facultad de otorgar una sensación de paz al caminante.
Al regreso desde Córdoba, hay muchos pueblos que pueden tentar al visitante. Uno de ellos es Fernán Núñez que, por casualidad del destino, tiene cierta vinculación con Lisboa. Su magnífico Palacio Ducal fue construido por Carlos José Gutiérrez de los Ríos, el conde de Fernán Nuñez, ya que el castillo que originariamente ocupaba ese solar fue destruido por los daños ocasionados por el terremoto de Lisboa de 1755. Precisamente este personaje había sido embajador en esa ciudad, por lo que la construcción del palacio se inspiró en el Palacio de las Necesidades de la capital portuguesa, que por esos años era la sede de nuestra embajada. Llama la atención el intenso color rojo de su fachada.
El otro punto de interés del pueblo es la iglesia de Santa María de Aguas Santas, un buen ejemplo del barroco cordobés. Destacan en ella los magníficos frescos de la cúpula, entre ellos una representación de angeles con instrumentos de música, en una composición muy atrevida. En sus distintas capillas encontramos a los distintos titulares de la Semana Santa.
Quizá pasen ustedes un poco de calor en algunos momentos de esta propuesta viajera, pero les aseguro que la experiencia merece la pena. Y todo por muy poco dinero.
Revista Viajes
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