Aeropuerto de Manila, 12 del mediodía.
Después de una escala infernal en la capital filipina llegaba por fin el momento de subir al avión y poner rumbo al paraíso. Semanas antes ni por asomo hubiera imaginado hacia dónde estaba a punto de embarcar. Había organizado las vacaciones deprisa y corriendo, con el anuncio de que todos los comercios y establecimientos en Saigón cerrarían durantes semanas con ocasión del Año Nuevo Lunar. Quedarse tirado en Vietnam no era una opción, así que con el pasaporte prácticamente lleno y sin una página libre donde estampar una mísera pegatina mi lista de destinos se limitaba a aquellos países de alrededor en los que no necesitara visado. Por ejemplo, Filipinas.
Resulta que no era esta la primera vez que viajaba a Filipinas durante Año Nuevo Lunar, el acontecimiento anual más importante del Lejano Oriente, y no era cuestión de repetir destino durante la misma época del año. Así que habiendo descartado Boracay, las otras opciones playeras más populares eran Puerto Galera y Bohol. Pero no terminaban de convencerme y terminé descartándolas igualmente, realmente lo último que necesitaba eran playas abarrotadas de turistas, fiesta y noches de alcohol. Buscaba la tranquilidad y el sosiego de un lugar remoto y perdido. Y para eso nada mejor que Palawan, la última frontera.
Anteriormente había estado en El Nido, al norte de Palawan, y me pareció entonces un lugar increible. Recuerdo que en aquel viaje nos hablaron de un lugar llamado Coron, que estaba aún más al norte que El Nido, y decían que era igual de espectacular y aún menos accesible por lo que recibía una menor afluencia de turistas. Se antojaba como el destino perfecto. En las noticias había leído además que Coron fue una de las zonas de Filipinas castigadas por el tifón Yolanda el pasado mes de Noviembre. La industria turística se había visto afectada y los comerciantes locales necesitaban la llegada de visitantes como agua de mayo, así que me pareció genial poder contribuir a su recuperación en la medida de lo posible.
Así pues, tras encontrarme en el aeropuerto con Tello, amigo del colegio mayor universitario y compañero de viaje, subíamos a nuestro avión y despegábamos puntualmente en dirección a Busuanga, la isla más grande del archipiélago de las Calamianes. Históricamente, las islas Calamianes fueron el primer lugar de Palawan al que llegaron los españoles, que entonces declararon el conjunto de islas como una provincia político-militar española independiente. Más tarde, en 1749 España compró la parte continental de Palawan al sultán de Borneo y organizó todo el conjunto en una sola provincia, llamada Calamianes, con capital en Taytay. Por su historia, Filipinas siempre nos hace sentir un poco más cerca de casa a los españoles que vivimos en esta parte del globo.
Al aterrizar en el aeropuerto Francisco B. Reyes vimos con nuestros propios ojos los efectos del paso del tifón por la zona de Coron. Faltaban la mitad de las letras del cartel del aeropuerto y aún estaban reconstruyendo varios edificios de la terminal que habían sido dañados durante la tormenta. El paseo por el interior de la isla también fue desolador, bosques enteros de árboles quebrados y arrancados de cuajo de la tierra.
Afortunadamente, a nuestra llegada a Coron Town comprobamos que el principal núcleo urbano de la isla no había sufrido serios daños. Con apenas 43.000 habitantes, la ciudad sobrevive gracias al turismo y a la industria pesquera por lo que resulta muy vulnerable al impacto de un tifón.
La pérdida más significativa que sufrió Coron Town fue el símbolo de la ciudad, una cruz de hierro que coronoba el monte Tapyas, situado a sus espaldas. El monte seguramente actuó como barrera natural y redujo el golpe del tifón.
Justo en frente de Coron Town se encuentra la propia isla de Coron, que da nombre al municipio. Esta isla formada por roca caliza fue nuestra principal razón para viajar a un lugar tan remoto de Filipinas.
Lo primero que hicimos nada más llegar a Coron fue cumplir con una de las actividades que recomiendan, subir los 700 escalones del monte Tapyas durante el atardecer para contemplar la puesta de sol desde la cima. Desde ese punto se tiene una preciosa panorámica de las islas que salpican el archipiélago.
Después cenamos y nos marchamos pronto a dormir ya que al día siguiente nos queríamos levantar temprano para comenzar con las excursiones.
Día 1 - Tour alrededor de la isla de Coron
El norte de Palawan, y concretamente los alrededores de Coron, son un sitio estupendo para hacer lo que se denomina island hopping o salto de isla en isla en barca. Para el primer día escogimos el tour más básico, un paseo en bangka rodeando la isla de Coron y deteniéndonos en algunos puntos para practicar esnórquel. La primera parada fue Twin Peaks, un par de rocas sobresaliendo del mar. Vimos corales vivos y montones de peces de colores.
Continuamos dando la vuelta a la isla hasta que nos metimos en una bahía de aguas turquesas rodeada de acantilados.
Llegamos hasta un pequeño embarcadero y pusimos un pie en la isla de Coron.
Desde el embarcadero había un camino que se dirigía hacia el interior de la isla. Subimos por unas escaleras hasta un mirador que nos regalaba una impresionante vista de las formaciones de karst en Coron.
El camino continuaba en dirección a una de las principales atracciones, el lago Kayangan. Se trata de un lago que es mitad agua dulce y mitad agua salada y tiene fama de ser uno de los lagos más limpios de Asia.
Aquí también pudimos hacer esnórquel y la verdad es que a pesar de que no había vida marina fue una pasada. La visibilidad debajo del agua era casi total y permitía ver muchos metros por delante. Además, al estar completamente limpio de vegetación el fondo submarino se asemejaba a un planeta desierto compuesto por suelo de arena y pareces verticales de afiladas rocas.
Después de la visita al lago tocó hacer una pausa para el almuerzo. Pasado el mediodía continuamos el recorrido por otras lagunas que perfilaban la costa de Coron, entrando en algunas de ellas.
En la mayoría de estas lagunas el fondo estaba a una profundidad tan escasa que era necesario subir el motor fuera borda y empujar el barco con un palo, para evitar golpear el casco contra las rocas y el coral. Mereció la pena llegar hasta algunos puntos para contemplar el fondo a nuestros pies. El agua del mar era totalmente transparente.
Más tarde nos dirigimos a un grupo de siete islas conocidas como Siete Pecados.
Siete Pecados es sin duda el mejor sitio de Coron para practicar esnórquel. Es como sumergirte en un gran acuario, con una gran variedad de peces y corales. Casi todos los tours que incluyen esnórquel hacen parada en este punto.
La última etapa del tour nos llevó a CYC, la única playa de Coron en la que no hay que pagar acceso. En el resto de playas normalmente cobran un impuesto turístico de 100 PHP o 200 PHP, que va incluido en la tarifa del tour.
Al ser de acceso gratuito, CYC suele estar casi siempre llena durante el día. La composición de su playa resulta además perfecta para los cursos de iniciación al buceo.
Por suerte para nosotros, cuando llegamos a la playa muchos de los barcos regresaban ya a puerto, así que nos quedamos la playa para nosotros solos durante las última horas de luz. Con el ocaso también nuestro barco emprendió el regreso a Coron Town. El primer día nos había deparado unos bonitos paisajes de karts y el placer de hacer esnórquel en el norte de Palawan.
No obstante, nos quedamos con las ganas de descubrir el secreto mejor guardado de estas aguas, unos restos de naufragios de acorazados japoneses hundidos durante la Segunda Guerra Mundial, algunos de los cuales se encuentran a profundidades accesibles. Pero eso merecía otra excursión aparte y lamentamos no contar con días suficientes.
Día 2 - Las playas del Sur
Comenzamos la segunda jornada del viaje rumbo hacia el sur para descubrir las mejores playas de la Bahía de Coron, cruzando el mar abierto hasta el estrecho de Tampel.
La travesía en bangka duró unas 2 horas pero os aseguro que mereció la pena llegar hasta ese grupo de islas, pocas playas he visto yo como estas en Asia. La primera parada fue Bulog Beach, un conjunto de dos islotes que permanecen unidos a la península de Malaroyroy.
El más pequeño de los islotes tenía un par de cabañas construidas, pero vimos que estaban abandonadas. Parecía un lugar ideal para jugar a los náufragos y a punto estuvimos de decirle al capitán del barco que nos dejara allí tirados y que volviera a recogernos dentro de un par de días sino fuera porque aún nos quedaba por ver lo mejor del tour.
Desde el segundo islote la entrada a la península está prohibida, por ser propieda privada del lujoso resort Two Seasons, pero la verdad es que había playa más que suficiente para tumbarse a tomar el sol y pegarse unos chapuzones.
Al mediodía llegó la hora del almuerzo, y para ello nos dirigimos a Banana island, a pocos minutos en barco de allí.
Entre otras comodidades, esta isla dispone de un resort a precios asequibles y zonas de descanso donde hacer camping y barbacoas. Si uno busca desconectar totalmente del mundo y acampar en una isla perdida, definitivamente este es el lugar. Tan sólo tiene que acordar el transporte desde Coron.
Nuestro almuerzo consistió en aros de calamar en salsa picante, cangrejos hervidos, pescado a la parrilla aderezado con una salsa vinagreta muy parecida a la que elaboramos en España y de postre mango. Un festín del que dimos cuenta rápidamente para poder echarnos tranquilamente la siesta en la playa.
Ya por la tarde embarcamos de nuevo para dar el último salto hasta la isla de Malcapuya.
Malcapuya es una de esas playas de catálogo de viajes, de arena blanca y agua azul claro, con la primera línea intacta y repleta de palmeras.
No en vano, los locales la llaman la "Boracay de Palawan" porque es una playa de calidad semejante a Boracay aunque todavía mejor si cabe, ya que apenas hay nada construido.
En esta fantástica playa terminó nuestro segundo día de tour antes de regresar a puerto. La verdad es que solo con haber estado allí ya había merecido la pena el viaje.
Día 3 - Ruta en moto por el interior de la isla
Después de dos días seguidos con excursiones por el mar nos apetecía algo de turismo interior para cerrar el viaje, así que para el tercer día alquilamos un par de motos de cross y nos echamos a la carretera por el interior de Busuanga.
Los primeros kilómetros nada más salir de Coron Town eran de carretera asfaltada, sin nada de tráfico, cruzando aldeas de chabolas y pasando junto a iglesias construidas en mitad de ninguna parte. Nuestro objetivo era descubrir el auténtico ambiente rural de Filipinas.
Tras un rato conduciendo avistamos en la cima de una colina la Iglesia de Bintuan. Nos apartamos de la carretera y nos acercamos a verla de cerca. Era una iglesia curiosa, construida con piedra y adornada con conchas y caracolas, al estilo catedral del mar.
Más adelante llegamos hasta el poblado de Bintuan, que justo estaba celebrando sus fiestas patronales en honor a Nuestra Señora de Candelaria. Después de ver esta imagen del pueblo adornado con los típicos banderines de colores a uno le quedan pocas dudas de que la tradición española arraigó fuertemente en Filipinas.
Poco después de dejar el pueblo atrás la carretera asfaltada pasó a ser un camino de tierra por el interior de la selva. Comenzaban las emociones fuertes.
Cruzamos puentes de madera imposibles y subimos por colinas desde donde se divisaban valles inundados con campos de arroz.
Al cabo de un rato llegamos a Puerto del Sol, una bahía donde vimos algunos resorts de lujo con embarcaderos para yates.
Hacia mediodía llegamos por fin al destino que nos habíamos propuesto a unos 40 km de Coron Town, Concepción. Lo cierto es que el poblado no ofrecía mucho a sus visitantes, salvo el silencio y la calma de la típica villa costera filipina, pero era nuestra recompensa por el esfuerzo de conducir hasta tan lejos.
Almorzamos y dimos media vuelta para estar de regreso en Coron Town antes de que se nos echara encima la oscuridad de la noche. Os dejo aquí un mapa con el recorrido que hicimos por la costa sur de Busuanga.
Al día siguiente por la mañana pusimos punto y final a nuestra aventura en Coron y regresamos a Manila. Fue un viaje muy breve pero de nuevo me confirmó que el norte de Palawan es uno de los destinos más increibles del Sudeste Asiático. Si puedo me gustaría volver para sacarle partido a la certificación PADI de buceo y así ver algunos de los barcos hundidos japoneses. Tiene que ser una experiencia única.
¡Hasta otra, Filipinas!