Viene esto a propósito de Corona de flores de Javier Calvo. Se inicia esta como novela de crímenes de corte folletinesco y decimonónico y apariencia más o menos clásica, con dos grandes antagonistas, Menelaus Roca y Semproni de Paula, unidos, o no, según se mire, en su afán de dar caza al autor de los Crímenes de la Esperanza, que tienen aterrorizada a la cada vez más industrializada y violenta ciudad de Barcelona. Suena bien, es cierto, y así funciona en su primera mitad, por más que se detecten ya en ella ciertos tics que terminarán por hacerse cargantes: la insistente referencia al “Dosel de Sombras” que cubre la ciudad -quizá empleado como lema de la novela; no lo sé- y cierto abuso del símil: “Y, sin embargo, es imposible no mirar. Es tan imposble como le resultaría a una pluma no ser arrastrada por un maremoto”.
Pero de repente, pasado el ecuador, algo se tuerce. La trama se precipita y se encaja a la fuerza en un esquema de tintes milenaristas, se hace aparecer en escena a secundarios que muy poco o, más bien, nada aportan (Max Téller, por ejemplo) y a otros, en cambio, se les otorga un papel capital que, dada la ausencia de motivos, le resulta impostado al lector; y hasta aquí puedo leer... Que en el capítulo 48 se multipliquen latines que no son tales, por contrarios a las más básicas normas de la declinación y la concordancia, es lo de menos. Lo de más es que las repeticiones, la precipitación y cierta apariencia de improvisación terminan por malograr una novela muy prometedora que en sus inicios divierte y entretiene como la que más. Una pena, pues.