Thomas Bernhard, Alianza. Trad. Miguel Sáenz.
Son dos párrafos inmensos de más de ciento cincuenta páginas en los que concepción y acción son sumamente austeros, ciento cincuenta páginas que pueden desanimar a valientes lectores.
Thomas Bernhard nos presenta dos libros en uno: el escrito por él y el leído por su anónimo narrador: las notas de Roithamer. Son dos libros distintos que se presentan indisociables y que son tan sutilmente llevados en paralelo que a lo mejor termine uno sin darse cuenta de esa doble presencia. Es interesante saber que Bernhard tiene, para ambos libros, una referencia: Roithamer −Ludwig Wittgenstein−, un hombre de privilegiada inteligencia y de privilegiado presupuesto, que construye para su hermana −Margarethe Stonborough-Wittgenstein− un cono −la Kundmanngasse− monumental, lunático para los expertos por su estructura y ubicación, en el exacto centro del bosque de Kobernauss, vecino de Altensam. Hasta ahí el primer libro. En el segundo el narrador −Bernhard− visita a Höller para pasar una temporada en la buhardilla de la casa de éste, ubicada en la garganta del Aurach y donde Höller se dedica a la taxidermia y Bernhard habrá de construir su obra. El hilo que une los dos libros es la corrección: Roithamer, en el primer libro, se atreve a la corrección verdadera: la muerte por mano propia. Bernhard, en el segundo libro, sólo corrige su obra −no es cosa menor, pero es sólo su obra.
Además de la genialidad de la forma y de la intención de Bernhard de transmitirnos parte de sus vivencias, el libro parece una metáfora de la vida: ese proceso de decadencia que culmina fulgurante no con más decadencia, como debiera ser, sino con la completa aniquilación. En ocasiones el proceso deja tras de sí conos monumentales e insignificantes que, casi siempre, llamamos “ciencia” o “arte” o “filosofía” o “literatura”, pero que antes son arquitectura, pues todo, en su germen, es un acto de construcción. Al final, lo que Bernhard susurra es que todo lo que somos y hacemos es apenas digno de la única corrección que vale la pena, a saber, la desaparición. No obstante ese merecimiento, eso somos y eso hacemos… y vale la pena, nos susurra Bernhard.
Miguel CamachoLibélula Libros