Revista Cultura y Ocio

Corregir

Por Calvodemora
Acomodar lo erróneo en lo correcto a veces es también un acto deliberado de responsabilidad con uno mismo y con los demás. Se corrige lo dicho o lo escrito por ese vicio antiguo de no darse uno por contento con nada y creer que pensar otra vez lo pensado puede afinarlo, hacer que mejore, deseche lo que no cuadra y depare un mensaje menos defectuoso, más acorde al propósito que lo trajo. Hay una voluntad firme de descontento a la que se le asigna otra voluntad, la de enmendar, la de borrar (incluso la totalidad) o la de apreciar qué matiz no conviene, cuál se precisa para que la corrección surta su efecto terapéutico, higiénico casi. No siempre está al alcance la aplicación de ese matiz. No es que gane la pereza y el escritor sea un gandul que sólo se realiza escribiendo. No es eso, no creo que lo sea taxativamente. Es la romántica idea de que no hace falta tocar más, que ya se ha hecho limpieza mientras se escribía y las palabras han salido como debían y las oraciones se han ido colocando al único modo en que podían hacerlo, sin estorbarse, procurando que la lectura sea lo más importante. Se cree el autor haber sido bendecido por una especie de magia o de números nutricio, poseer la licencia de ese acto creador único. Hay veces en que todo se pone en contra, no obstante; rehusa uno afinar, adolece tal vez de la exigencia debida, antecede el arrebato al puntillismo, ese volcado exhaustivo de intenciones definitivas. Las ocasiones en que se presenta la obligación de arreglar (ese verbo es pertinente) se afana uno, hace prevalecer la continuidad del hallazgo, pero no la pervierte, no permite que se corrompa esa irrupción dulce. Escribir es un conflicto del que debe salirse airoso. Luego está la lectura posterior, he ahí el catón fundamental. Cuando leemos lo que se ha escrito, aparece la duda, el pudor. También hay un escritor dormido en el lector de la escritura ajena. Al leer, se ejerce una lectura elíptica, elidida y militante. Hace mucho tiempo que caigo en esa costumbre, a la que muchas veces pongo reparos, pero de la que me cuesta zafarme. Hay libros que exigen esa mirada periférica: la del que desea escribir a pesar de que no lo haga y se deje conducir por otros. Es festiva esa escritura invisible. Da cuanto uno anhela. Leer es el inicio de toda escritura. Lo que ahora estoy escribiendo es la lectura de un texto ajeno. Quizás convenga un punto intermedio. Que escribir contraiga una revisión y haya herramientas con las que contar para pulir (ese verbo también conviene) lo vertido. Con todo, me aplico con verdadero interés la idea de corregir, la idea fundamental en quien escribe de que todo puede ser mejorado, no sé con qué fortuna. De entrada no releeré este texto. Me voy a trabajar. Que tengan un buen día. 

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