Revista Cultura y Ocio

Correr la voz – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Se lo encontró una tarde de invierno. Caminaba escuchando música con las manos metidas en los bolsillos del abrigo mientras ronroneaba las canciones como si fuera un gato, rozando la barba de cinco días contra el suave algodón de su bufanda. Hacía bastante que no se lo echaba a la cara y, si no llega a ser porque el otro se le abalanzó efusivamente para saludarle tampoco le hubiera visto en esta ocasión. Solía deambular distraído mirando escaparates, tonalidades inusuales en los árboles o cielos por los que se imaginaba volando, por eso no reparaba demasiado en los rostros de quienes se cruzaban en su trayectoria.

Sin otro remedio, detuvo sus pasos e inmediatamente comenzó a intuir un tosco ruido de sonoras carcajadas ajenas, pero, mientras miraba a su interlocutor, realmente no estaba oyendo lo que decía. Nunca le había importando demasiado lo que aquel tipo contaba porque de sobra sabía que ni el diez por ciento de lo que soltaba por la boca era cierto. Era una de esas personas que se dedican a tergiversar la realidad creyéndose él mismo los tostones que va contando a los demás, así que el esfuerzo mental de escucharle se solía sustituir por un efectivo e imaginario acolchado mental que hacía las veces de insonorización selectiva. La acompañaba de alguna sonrisa creíble y un asentimiento en el momento oportuno y parecía absolutamente real que le estuviera oyendo.

Se había convertido en un maestro de esquivar a este tipo de charlatanes que viven como las rémoras: esos peces que, pegados a sus tripas, se aprovechan de la destreza de los escualos para alimentarse de las migajas sobrantes. Detectaba a esa gente con la sagacidad propia de un sabueso por la inevitable y esquiva mirada mentirosa que tienen, la banalidad de sus comentarios, el nervio que les lleva a no pensar con claridad, las continuas descalificaciones hacia quienes nunca están presentes o la mala memoria para mantener activas las dos o tres versiones que poseen de todo según a quién se las tengan que espetar.

Sin embargo, esta vez, mientras la perfeccionada insonorización hacía su efecto, le dio por pensar, y fue acumulando en su “debe” contable todos los cargos de aquellas veces en las que este tipo le había metido en conflictos con terceros, le había incomodado con sus comentarios insolentes, maleducados o no solicitados, o incluso, le había llegado a afectar personalmente en el normal transcurso de su sencilla vida.

Los recuerdos eran como fogonazos de disparos al aire que iban dejando la estela luminosa tras de sí y su inevitable olor a pólvora en el interior del cráneo, contaminando la propia materia de pensamiento de tal modo que se le empezaba a nublar la razón. El tipo debía demasiado.

Afuera del hueso todo seguía su curso habitual: el hombre hablaba sin necesitar réplica y sin comprender que, al libre oyente, le importaba una mierda lo que le estuviera contando. Pero de parietal hacia adentro se libraba una batalla a sangre y fuego digna de la infantería de los Tercios de Flandes guiados por el Duque de Alba o Lope de Figueroa.

Y, como en toda batalla –por interior que sea- el sonido de los arcabuceros, los gritos de la contienda y el deseo de conquista terminaron por traspasar los límites marcados por su habitual discreción. Sin poder evitarlo, todo lo acumulado en el “debe” se fue ordenando meticulosamente para pasar a formar parte de los abonos del “haber”.

Cuadrada su contabilidad y desatada la ambición de lucha interior, abandonó la habitual trinchera de su diplomacia, apoyó por fin su mano izquierda en el hombro derecho de aquel hombre y, levantando parsimoniosamente el dedo índice de la derecha, se lo llevó a los labios.

De forma inmediata cesó el ruido: afuera y adentro de la cabeza. El hombre lo miraba sorprendido y, descolocado, guardaba el silencio que le indicaban. Fue entonces cuando, con la sublime flama de llevar media vida soportándolo le dijo: “El camino hacia la madurez ha sido largo, pero al fin lo he recorrido. He soportado tus bulos, tus infamias, tus cuchicheos y tus gilipolleces durante mucho tiempo. Imagino que algunas veces no quisiste hacer daño y otras sí, y doy fe de que, en ocasiones, lo conseguiste. Ese fue tu efímero triunfo, pero hoy es el día en el que me cobro el mío. ¿Sabes una cosa?… que no te soporto más. No aguanto tu impostura, tu bajeza y tu burlona máscara. No pienso perder ni un solo minuto más de mi tiempo ni contigo ni con tus teatros de hipocresía porque mi tiempo vale oro y tú no vales lo suficiente como para rellenarlo. Por no guardarte, no te guardo ni rencor porque no lo mereces. Y ahora, lo mismo que hiciste cuando fracasó mi matrimonio, cuando falseaste mis opiniones para quedar bien con otros, o cuando hablaste a mis espaldas porque te faltan cojones para hacerlo mirándome, vete y cuenta por ahí que, para mí, se terminó el tiempo de aguantar miserables. Haz correr la voz…”

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