Revista En Femenino

Correr SÍ es para ti. Cómo empezar y perdurar Running IS for you. How to start and succeed

Publicado el 04 junio 2014 por Deseo Beauty Ximena De La Serna @DeseoHair

Correr SÍ es para ti. Cómo empezar y perdurar  Running IS for you. How to start and succeed

Photo source Weheartit

Algunas lectoras ya conoceréis a Claudia, autora del blog ‘Alégrame el día’: compañera incansable de la universidad, colega viajera y amiga (y, sobretodo, conversadora) ilimitada.

 

En el pasado le dediqué un post como ‘Bloguera del mes’ y ella me ha entrevistado también para su propio blog que es una NECESIDAD leer. Sobra decir que es una escritora poderosa. Y además ama el deporte.

 

Ella, como la mayoría de nosotros, no podía soportar la idea de correr, pero por terquedad (que tiene mucha) no lo dejó y, finalmente, lo logró: ha llegado a amarlo.

 

Correr es un deporte bárbaro y muy barato, que todas deberíamos intentar. A mi me parece simplemente cruel, pero igual tengo que fijarme en mi amiga e intentarlo alguna vez en la vida. Os dejo con su experiencia y sus tips de cómo empezar y triunfar.

 

Si algo te hace feliz, ¿por qué no lo haces?

If something makes you happy, why don’t you do it?

By Claudia Lorenzo

 

Podría decir que corro porque me gusta, pero no estaría siendo del todo sincera. Ahora corro y ahora me gusta, pero el camino hasta aquí ha sido una mezcla de pobreza, fuerza de voluntad y cabezonería.

 

La primera vez que salí a correr – sin contar el maldito Test de Cooper del colegio, que te dejaba con ganas de asesinar a Cooper y a toda su familia- pretendí hacerlo por el Retiro. No duré en marcha ni una canción entera, y muchos amigos me dijeron que no desesperase, que caminar rápido también era bueno. Yo no sé si os pasa a vosotras pero a mí, que me gusta más el dulce que a un tonto un lápiz, no me vale con caminar la Castellana todos los días para ponerme en forma. Yo necesito un tratamiento de choque. Necesito sudar y dejarme la piel. Mi error en aquel momento fue convencerme que correr no era para mí y parar de intentarlo.

 

Pero llegó la pobreza, el exilio, la emigración, como queráis llamarlo. El caso es que me fui de España y descubrí que en el extranjero los gimnasios son caros. Así que pensé que lo mejor que podía hacer era comprarme unas zapatillas y aprender, pero aprender seriamente, a correr. Hasta me busqué un plan de esos on-line que te dicen cuántos minutos tienes que pasar corriendo y cuántos caminando para adaptarte. Mi marca máxima fueron veintidós minutos seguidos sin parar de trotar. Williamsburg, Brooklyn, Nueva York, se me quedaban pequeños, o eso creía yo. Iba y volvía a McCarren Park, daba un par de vueltas a la pista de atletismo bajo el sol de las ocho de la mañana, notando cómo se me salía el corazón por la boca, y volvía a desayunar – si, como yo aguanto cuatro segundos pegando brincos, soy de las que prefiere desayunar después y no vomitarlo todo en medio del entrenamiento-. En Los Ángeles dejé de correr porque, siendo sinceros, tengo que admitir que mi barrio era muy feo y que me entró una paranoia impresionante sobre lo contaminada que estaba la atmósfera y lo poco que iba a aguantar sin ahogarme. Me di al yoga, porque aquello era California y yo practico lo de “a donde fueres, haz lo que vieres”.

 

Al final volví a mi casita española e hice lo ilógico: me apunté al gimnasio de nuevo y empecé a correr en la cinta, una de las experiencias más aburridas de mi vida. La inconsciencia me llevó a “competir” por primera vez y correr la San Silvestre de mi ciudad. Siendo sincera, competir es una palabra que se le queda grande a los treinta y cinco minutos que necesitamos mi amiga Vero y yo para entrar moribundas en la meta tras cinco tristes kilómetros. Ahora bien, lo de participar en una carrera me gustó. Y lo de lograr acabarla me gustó más.

 

En Edimburgo tuve la suerte de mudarme cerca de los Meadows, un parque precioso en el que troté, nunca más de media hora, mientras llovía, nevaba, hacía sol o soplaban vientos huracanados – una costumbre muy escocesa-. Allí fue donde pensé por primera vez, mientras bajaba una cuesta – estas epifanías nunca me dan subiéndolas- que correr me hacía, en ciertos momentos, estar en paz. Había visto no hacía mucho una frase en un artículo y decía “Si algo te hace feliz, ¿por qué no lo haces?” y pensé que era muy estúpido dejar de correr, que a ratos me gustaba, sólo por la pereza de, en ocasiones, no llegar. Ya llegaría. Pero dejé de correr cuando llegó el verano.

 

A principios de abril me volví a calzar las zapatillas. El primer día pensé “A ver qué pasa”. Veintitrés minutos después, alucinada, llegaba al apartamento. Tras casi nueve meses sin entrenar – aunque haciendo otro tipo de ejercicios-, mi cuerpo había aguantado más que nunca. Un mes después, el sábado pasado, corrí por primera vez 6,5 km seguidos, sin parar para caminar, sin achicarme ante las cuestas, sin sentirme a punto de morir una vez llegada a casa.

 

Corro por cabezona y porque tuve fuerza de voluntad para volver a intentarlo y porque necesito un entrenamiento barato. Pero ahora también corro porque me gusta, porque me siento mejor, porque mi cuerpo y yo nos queremos más sabiendo todo lo que podemos hacer juntos. También corro por cómo me siento cuando acabo. Se corre con la mente, y es cierto, pero también se corre con el alma, con el disfrute que proporciona cruzar el Retiro a las ocho de la mañana bajo el sol o el gozo que da subir la cuesta de Moyano con oxígeno suficiente como para recuperar sin necesidad de tirarse al suelo. Se corre sin pensar que se corre, alucinando con los alrededores, apreciando el entorno, la ciudad, el campo, el parque, cualquier lugar que estemos atravesando.

 

Yo corro porque me siento mejor conmigo misma, porque me despeja, porque me llena de energía. Pero, sobre todo, hoy en día corro porque me hace feliz.

I run because I feel better with myself, because it clears my mind, because it fills me up with energy. But, above all, nowadays I run because it makes me happy.

 

Tres reglas básicas para las chicas que corren

  1. Buenas zapatillas: aunque yo aún no he podido gastar en esas zapatillas que analizan la pisada, son mi próxima adquisición. Correr es bueno, siempre que se haga con cabeza y buen equipamiento. Lo que llevas en los pies es esencial.
  2. Siendo una chica digamos que desarrollada le doy tanta importancia a los pies como al pecho. Hay dos detalles que me horrorizan que he leído en libros de corredoras. Uno, los pechos mal sujetos pueden llegar a desplazarse 21cm en la carrera. Dos, no se desplazan en un movimiento arriba-abajo, sino en forma de ocho. Me duele sólo de pensarlo. Moraleja: sujetador deportivo de alta sujeción. Si es de tu talla, mucho mejor que sujete todo lo que pueda, aunque no te haga falta. El único ejercicio en el que no lo uso es en Pilates.
  3. Siempre llevas más ropa de la que necesitas. No te vistas tanto. Pero, personalmente, agradezco los guantes en invierno. No hay nada peor que correr con las manos frías.

 

Tres libros que recomiendo

  1. De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami: tengo que confesar que cuando leí que corría dobles maratones dejé de salir durante unos días porque me agotaba sólo pensarlo. Pero es inspirador.
  2. Running Like a Girl, de Alexandra Hemsley: empecé a leerlo en una librería y me quedé allí durante una hora, incapaz de soltarlo, riéndome sola. Me gusta que sea alguien que, antes de empezar a correr, no quería correr. La narración de su primer maratón es estimulante.
  3. Mujeres que corren, de Cristina Mitre: me lo acabo de leer y es útil a la hora de recomendar planes de ejercicio, dietas para el deportista, equipamientos y demás. Muy práctico.

 

¿Te apuntas a correr como el viento? ¿Ya eres corredora?

 


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