Revista Cultura y Ocio
En el tomo IV de esta monumental correspondencia tenemos como traductor y anotador a Marco Parmeggiani, y en sus páginas descubrimos, como detalle anecdótico, casi íntimo, los pedidos que Friedrich Nietzsche realiza a su madre y hermana: aparte de libros y de algunas prendas de abrigo, les ruega que le envíen dos cepillos de dientes (carta 10), embutido (carta 125), un peine (carta 137), etc. Son demandas casi tiernas, si lo pensamos un poco, que nos hablan de la pobreza y de la soledad del filósofo. También dedica una gran parte de sus cartas a hablar de los problemas de salud que lo aquejan: sus ojos irritados (Nietzsche llega a comprarse una rudimentaria máquina de escribir, que jamás le funcionará bien, para no forzarlos durante la escritura), sus caries, sus dolores de cabeza y estómago, sus molestias en la vejiga... De ahí que constantemente esté buscando un lugar con clima seco, temperaturas altas y cielos despejados, que lo liberen del horror de sus jaquecas. Comenta la posibilidad de irse a México, a París, e incluso a España (en la carta 466 se refiere concretamente a Murcia). Como terapia física y como sistema de tonificación, reconoce que suele caminar varias horas cada jornada (en la carta 46, sin duda exagerando, habla de ocho horas diarias). Igualmente llama la atención el modo en que se van deteriorando las relaciones con su madre y con su hermana, desde la aparición en su vida de Lou von Salomé, una mujer que lo encandiló desde el primer momento, aunque él insiste siempre en que jamás se le cruzó por la cabeza ningún pensamiento erótico (“mi verdadera hermana”, la define en la carta 303). Incluso llegó a hacer planes para vivir juntos (junto a Paul Rée) y emprender estudios filosóficos unidos. De hecho, para que quede clara cuál es su auténtica relación llega a escribirle a su amigo Heinrich Köselitz: “Usted nos hará sin duda el honor de no confundir nuestra relación con un enamoramiento” (carta 263). Elisabeth, la hermana de Friedrich, rompió con él en septiembre de 1882 por culpa de su relación con Lou y por culpa de sus obras (que consideraba dañinas, de un profundo ateísmo y pesimismo). Nietzsche romperá también con su madre por el mismo motivo. Y aunque tras la separación de Lou retomó el contacto con ambas, ya nunca volvió a la fluidez de antaño. Mucho se podría anotar (y no lo haré en esta reseña para no alargarla demasiado) sobre la amargura que quedó en su alma tras el apartamiento de Lou von Salomé, quien lo decepcionó profundamente. “En toda mi vida nadie se ha portado tan mal conmigo como Lou”, anota con tristeza en la carta 339. “Ya no quiero tener nada que ver con ella”, concluye en la carta 353. Pero las secuelas de aquel revés emocional se perciben durante los años siguientes en sus cartas y sus escritos filosóficos... Por cierto, dos detalles anecdóticos más: el primero, que Nietzsche asistió en abril de 1884 a una corrida de toros española en Niza (la menciona en su carta 504, pero no comenta nada al respecto); el segundo, el desdén que el filósofo siente por las ideas antisemitas de su editor Schmeitzner y del novio de su hermana Elisabeth... A mí, el elemento que más me ha llamado la atención ha sido la deriva megalómana que se advierte en Nietzsche desde la publicación de su libro Así habló Zaratustra. Comienza a repetir a varios amigos que, en el futuro, se pronunciarán los juramentos en su nombre durante “milenios enteros” (sic); y que no tiene discípulos adecuados porque él exige “obediencia incondicional” (sic); y que entre sus proyectos más inmediatos “hay también un atentado contra toda la prensa moderna” (carta 516) y que desea “obligar a la humanidad a enfrentarse a elecciones de tal calibre que sean decisivas para todo su futuro” (carta 516). En el colmo de la petulancia, llega a escribirle a Paul Lanzky que Así habló Zaratustra es el volumen “más sublime y más rico de perspectivas que se haya escrito nunca” (carta 506). Ahí queda eso. Como mejor cita del tomo me quedaría con ésta: “El que sufre es una presa fácil para cualquiera; frente al que sufre todo el mundo es sabio” (carta 488).