Vamos justos para trincar el vuelo a Chicago, así que el segundo asesor me impartirá doctrina a 36.000 pies de altitud. Hasta el control de seguridad iba yo más despejado de cuerpo y mente, pero allí nos degradan con el ladrido de ¡zapatos fuera! Me precede un grupeto de oncólogos constituido por 3 indignados y un franciscano, que insiste en la cándida obviedad de que no todo musulmán es un terrorista. Cuán benévola reflexión: ganas me dan de estrenar mis calcetines rezando hacia La Meca.
Mi nuevo asesor habla muy redicho y despacito, quizá para conjurar mi estulticia. Sin embargo, chapurrea un inglés piltrafoso, así que lo animo con un efusivo espaldarazo (quizás un tanto brusco, porque se me atraganta):
- Déle, amigo, arranque; ya me han ilustrado sobre PD-1.
- Pues sepa que los anticuerpos anti PD1 y análogos serán la estrella del congreso.
- Si ya sabemos qué se va a exponer, ¿para qué vamos a Chicago?
- Para captar el ambientillo.
Ratifica esa opinión ante mi reparo de que el ambientillo saldrá más bien carillo. Mi redactor jefe tarda 6 meses en pagarme lo que este buen hombre se va a gastar en una semana, en aviones, hotel y restaurantes. Pero no se siente culpable: vuelve a pasarle el balón al gestor y dice ser experto en cáncer de mama, al coste que sea "necesario".
Diría que va un poco achispado; al menos reconoce que se ha bajado un par de cubatas en la sala VIP. Resumo su prolijidad. El cáncer de pecho nace en una teta, una teta cualquiera, no sabe por qué. Parece ser que propende a invadir la axila y, si no lo atajas, rompe huesos, destroza órganos ¡y al camión! En voz alta voy rumiando que pecho remite a Freud, el farsante de los complejos, pero las tetas son sicalípticas. Mi doctor desconoce ese adjetivo y me mira como a los majaras, pero sigue instruyéndome.
Lo primero es operar: operar y dar radioterapia, dice. Conecta una computadora y me enseña fotos de quirófano. Hostias, que me mareo. En cambio, la radioterapia se parece a tomar el sol en postura algo incómoda. Oiga, buen hombre, si basta con la operación y los rayos... Pero no basta, el cáncer puede regresar, a traición, aunque el experto no sabe predecirlo con exactitud. ¿Cómo se mantiene agazapado? No lo sabe. ¿Qué lo alimenta de nuevo? Tampoco. Con todo, les enchufa a las enfermas diversas terapias, entre las que destaca la antijer. ¿Anti qué? Jer, jer2. ¿Cómo dice? Me lo deletrea: H, E, R, 2. ¡Acabáramos, es una proteína que el gachó pronuncia mal! En cambio, no es partidario de otro medicamento, alblástin o por ahí. ¿Acaso no sirve? No sabe precisarlo, tiene "sentimientos encontrados" al respecto. Quizá para el tumor triple negativo... Precisamente éste -que vendría a ser como un huevo cocido sin ningún lunar- le parece "diana idónea" para los nuevos anticuerpos. ¿Está seguro? No, es una intuición.
Aunque se enfurruñe, tengo que soltarlo:
- Usted es más bien experto en ignorancias. Sin embargo, yo albergo la certeza irrefutable de que ella me dejó tirado en Praga porque soy un inválido, un inepto avejentado que se va por el puto desagüe.
- Podría ayudarle un psicólogo - me insinúa, de pasada.
- ¿Consultarle yo o consolarme él?
Volamos hacia Chicago para que nos presenten ensayos clínicos. El intríngulis estriba en dar un tratamiento A supuestamente fetén a cientos o miles de sujetos, al tiempo que otros tantos infortunados reciben un B ramploncete, para comprobar a toro pasado si A/b fueron deficientes o guay. Hum. Veamos. Construimos un puente flojo para que lo pisen 1.500 viandantes y, en paralelo, erigimos otro más sólido para otros 1.500 peatones. ¿Qué ocurre al constatar que el primero se derrumba y, claro, hay ahogados?
Ahora sí que se ofende y se larga con aspavientos a otro asiento. Es obvio que no tiene la coraza necesaria para dedicarse al periodismo. (Con sus gastos, mi RJ tampoco lo juzgaría idóneo.)