"El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos". Michael Jordan.
El deporte no es ganar, ganar y volver a ganar, como proclamaba Luis Aragonés antes de ser el instigador del Tiqui-Taca. No todo vale. Las formas importan. El éxito no es lo que debería primar en este mundo de la competitivad. Ya Homero nos explicó en la Ilíada que lo que realmente nos sirve de enseñanza es el camino y no la llegada.
Lo que importa en la vida es no olvidar tu historia: de dónde vienes, quién eres y tener siempre los pies en el suelo. Pasar por el filtro del sentido común y que impere la sensatez. Quizás ese haya sido el sudoku que han hecho Keita y Mascherano para llegar al Barcelona. Todo lo que han logrado ha sido gracias a la ética del trabajo y a la dedicación diaria. El tesón de ambos no tiene límites. Reclaman el fútbol de siempre, el de equipo. Están para servir al escudo que llevan en el pecho y no al dorsal que portan en la espalda. Arriman el hombro cuando la situación lo demanda.
No son Messi, ni Xavi, ni Iniesta. No se han criado en la Masía. No son titulares. Pero cumplen a las mil maravillas siempre. Pertenecen al espíritu estajanovista y picapedrero, pero con altas dosis de toque de balón. No desentonan nunca. Hacen obras de arte sin hacer más de lo que saben. Como explicó Carlos Boyero en su columna del País con Pepe Reina, representan el señorío en sentido amplio de la palabra: son capaces de hacer suya la victoria de sus compañeros.
La imagen de Keita y Mascherano es la metáfora de este Barcelona de Pep Guardiola. El altruismo y la generosidad personificadas. Ambos son internacionales, uno capitán de Argentina y el otro de Mali. Aceptan la suplencia con una entereza sobrehumana. Son en el buen sentido de la palabra "buenos". No solo no crean malos rollos, sino que son junto a Abidal, de los más queridos en el vestuario. Dejan huella, no porque intenten hacer grandes cosas con el cuero, sino porque todo lo que realizan es con el corazón. Y eso tiene un valor gigantesco. Es la base para que el fútbol encuentre sus frutos del deseo. Solo jugando por y para todos se conseguirá el ansiado premio de la victoria de lo colectivo sobre lo individual.
Los dos centrocampistas vienen de continentes como África y Sudamérica en los que para salir adelante se explora la sencillez. Mientras, aquí en el Viejo Continente, fuente de riqueza y estupideces, prima la vanidad y el engreimiento. Nadie pone su granito de arena, todos nos pisoteamos. Ya en España la profesión de mi fallecido abuelo: picapedrero, se ha quedado anquilosada en esa palabra que sirve solo para que mi madre y más profesoras de Lengua la pongan en los exámenes preparatorios de selectividad como ejemplo de parasintética: un vocablo compuesto y derivado.
Le debía unas palabras a mi abuelo Ragüe. Este mes cumpliría años. Un picapedrero. Como Keita y Mascherano. Nos enseñan que a veces vale más ganarse a la gente que un título. El fútbol pasa, los trofeos se llenan de polvo y son las personas las que perduran. Gente como los mediocampistas culés no tienen precio. Keita y Mascherano, dos hombres de alma picapedrera, una filosofía de vida. La belleza de lo simple.