En un artículo reciente exploramos los cambios que pueden experimentar aquellas personas que ocupan posiciones de poder. A partir de las ideas de Kipnis mencionamos cómo estas personas pueden caer en cuatro trampas: la de considerar el poder como un fín en sí mismo, la de considerarlo como un medio para lograr otros objetivos, la de cambiar el concepto que se tiene de uno mismo y la de cambiar el concepto que se tiene de los demás.
Muchas personas se han puesto en contacto conmigo a partir del artículo comentando la conexión que existe entre los efectos metamórficos del poder y la corrupción en la que pueden caer las personas que lo ejercen. En este sentido, a partir de las cuatro trampas anteriores es fácil inferir la deriva hacia la corrupción. La corrupción, según la Academia de la Lengua Española corresponde al uso de las funciones y de los medios asociados al poder para el provecho, económico o de otra índole de sus gestores.
En primer lugar, las personas que ocupan poder corren el riesgo de convertir ese poder en un fín en sí mismo. Máxime teniendo en cuenta que el poder puede llegar a ser adictivo, pues ayuda a satisfacer varias necesidades. Una vez que lo experimenta, el líder puede sentir la necesidad de mantenerlo a toda costa, aunque para ello tenga que recurrir a métodos poco defendibles desde el punto de vista moral o ético.
En segundo lugar, las posiciones de poder facilitan el acceso a tanto recursos institucionales como a las personas que gestionan estos recursos. Acceder a ellos, puede beneficiar a las personas que ostentan este poder, así como a aquellas con las que mantienen compromisos. En este sentido el poder puede convertirse en un medio para que muchas personas pueden alcanzar los objetivos de su agenda oculta, desviándose de sus obligaciones formales para enriquecerse desde sus posiciones institucionales.
Por otra parte, no es difícil experimentar elevadas dosis de autoestima cuando se ocupan posiciones de poder. El estar rodeado de personas que continuamente halagan al líder y se muestran de acuerdo con él hace que este pueda olvidarse de que su humanidad y su vulnerabilidad. El poder hace que muchas personas desarrollen un concepto exagerado de sí mismas y se instalen en un posición de superioridad que les lleva a devaluar al resto de las personas y a perder toda empatía y toda compasión hacia ellos y hacia sus necesidades personales. En este sentido es fácil observar cómo personas que ocupan posiciones de poder inician un proceso que los distancia socialmente de aquellos que no están en su posición, desconectándose emocionalmente de su situación.
Finalmente, muchas personas que ocupan posiciones de poder experimentan un cambio en sus valores éticos y personales. Cuando el poder no es cuestionado, éste conlleva recompensas físicas y materiales, por lo que el líder hará cualquier cosa que esté en su mano para mantener sus posiciones de poder e influencia, aunque para ello tenga que incumplir normas y preceptos morales. Por ello, pasará a flexibilizar aquellas normas que interfieren en el ejercicio y en la perpetuación de su poder.
Todo poder conlleva una responsabilidad: la de recordar que como personas corremos el riesgo de que este poder nos corrompa y nos convierta en personas que lo utilizan de forma ilegítima. Tremendo desafío.
Notas
Las cuatro trampas que pueden cambiar a los líderes se encuentran en la obra de Kipnis The Powerholders. Está publicada por The University of Chicago Press.