La transparencia de un hombre está manchada por la sombra carcomada de la corrupción. El ruido del dinero infecta los oidos de la razón y debilita los cimientos del poder. Las élites tóxicas han burlado la honradez del soberano. La angustia del desempleo ha bajado la guardia ante el ”ladrón legitimado” de nuestros intereses indignados.
En la cultura occidental, la “pillería” gana la batalla a las manos limpias de los honrados. Ya lo decía Shakespeare “Ser honrado tal como anda el mundo, equivale a ser un hombre escogido entre diez mil.” La honestidad como excepción y la corrupción como noticia, la paradoja mediática del titular.
Los ecos mediáticos del desempleo y el discurso maquiavélico de la crisis, orquestado por las filas conservadoras de este país, ha sido el maquillaje propicio para pasar de puntillas por la mancha, cada vez mayor, de una lacra llamada corrupción.
El útlimo barómetro del CIS inmortaliza la evidencia empírica de la tolerancia a “los maletines”, “las comisiones” y la “mano blanca” de aquellos que con la palabra envuelven al “ladrón institucional que llevan dentro”.
Un 41.5% de los encuestados se muestran “bastante tolerantes” con las corruptelas políticas. Las mayorías absolutas obtenidas por partidos salpicadas por este “veneno telerable” resalta la correlación empírica corrupción igual confianza. El PP ocupa el peldaño más alto en el pódium de los “corruptos” seguido del PSOE e IU. La mancha de la honradez se extiende más allá de la política e infecta a empresarios, jueces y abogados, quedando al margen la Policía como organismo guardian de praxis sumergidas. Con este panorama, más del 85% de los españoles cree que la corrupción está muy o bastante extendida.
¿Qué podemos hacer para limpiar esta mancha corrosiva que está destruyendo el tejido institucional y ensuciando la percepción internacional de nuestra marca como sistema?
En primer lugar, debemos elevar el grado de intolerancia y conseguir que cien de cada cien encuestados vea con “ojos recelosos” la práctica nefasta de algunas “élites tóxicas” de la razón democrática.
En segundo orden, es necesario y urgente pasar a la acción. No es tolerable, que políticos imputados, o dicho en términos más llanos, políticos en espera de sentarse en el banco de la justicia para ser interrogados, sean presidentes legítimos de Comunidades Autónomas y velen paradógicamente por el interés general en contrastes con una protección de intereses privados manchados por el ruido público del dinero de sus ciudadanos. Pasar a la acción implica no votar a aquellos que escudados con la “presunción de inociencia” son presentados como cabezas de cartel a citas democráticas, en espera del veredicto final de su honradez.
En último lugar, la denuncia pública y judicial de todo hecho sujeto a las trampas de la ley. Desde la butaca nunca ganaremos la batalla a la corrupción y nuestro dinero, aquel que pagamos religiosamente con “el sudor de nuestra frente” no estará salvado de los tentáculos de la corrupción.
La deshonra ha sido la ganadora. El pueblo dijo sí por aplastante mayoría a las corruptelas políticas de sus respectivas comunidades; gürtel, brugal y demás, no pasaron factura al proveedor electoral. ¿Dónde está la honra? no pararé hasta encontrarla.
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