Revista Sociedad
Últimamente nos estamos desayunando día sí y día también con noticias sobre corrupciones, corruptelas y latrocinios varios. Confío que esto sea el síntoma de que esta sociedad entumecida está empezando a despertar y a tomar conciencia de lo que debe ser el comportamiento (público y privado) de los políticos y los personajes públicos.
Y es que una de nuestras lacras ha venido siendo que el primer sentimiento de los ciudadanos ante un episodio de corrupción es más bien el de envidia que el de censura. Porque el que no ha tenido oportunidad de corromperse, el que nunca ha tenido acceso a la llave de la Caja, no puede afirmar con rotundidad su entereza moral y su honradez.
En la última semana, sin duda el episodio más sangrante de todos ha sido la confesión del (ya no) Honorable Jordi Pujol i Soley quien, a sus más de ochenta años, confía en no pisar ya la cárcel y en proteger a su numerosa prole. Y es que quien ha sido President de la Generalitat durante más de 23 años y un cierto referente en la política nacional, parecería estar obligado a la máxima probidad y a una honradez a prueba de todo. Y no ha sido así, antes al contrario. Pujol ha dado muchas lecciones de cómo debe ser y comportarse un político, y se le ha tenido por estadista ejemplar. La realidad está demostrando que el viejo aforismo de haz lo que digo, no lo que hago sigue teniendo plena vigencia.
La herencia recibida de su padre, de origen bastante oscuro, por no decir directamente delictivo, no es más que la punta del iceberg de una podredumbre que parece muy arraigada en el seno de la sociedad, en este caso, catalana. Sus muchos hijos están siendo investigados, porque parece que se han criado en el desprecio a todos los que NO tenemos acceso a la llave de la caja. Una camada de gángsters, por lo que parece.
Cené este viernes con un buen amigo en Barcelona. Entre sus numerosos hermanos, varios son militantes convergentes y están desolados y desorientados. Entre muchas otras razones, porque el ancla de la sociedad que anhelaban ha revelado estar oxidada y se ha desintegrado como el azúcar en el café. Durante años han estado siguiendo a un estandarte roído y deshilachado, nada ejemplar, por supuesto. De alguna forma, se han quedado huérfanos.
No es mala señal que esta sociedad entumecida por ciertas tradiciones esté empezando a despertarse de su letargo. Lo único que nos puede salvar es el Imperio de la Ley, una ley consensuada por todos y que a todos obligue por igual. Y, de forma muy especial, a aquellos que desempeñan responsabilidades públicas.
De ninguna forma conviene que los ciudadanos sigamos a nadie, ni profesemos una fe ciega en estandarte o bandera alguna. Es ya hora de que los ciudadanos, todos, construyamos la sociedad que nos merecemos. Donde aquellos que asuman responsabilidades mayores en lo público sean los primeros obligados por la ley, y sepan y acepten que, de una u otra forma, deben ser ejemplares en sus comportamientos y en sus actitudes; que están al servicio de los ciudadanos, que es donde reside la soberanía y de donde emana, por delegación, el poder. La autoridad hay que ganársela a pulso.
Resulta turbador ver la tibieza con que el resto de fuerzas políticas tratan el tema, sin llegar a hacer sangre. Porque toda la camada de políticos de este país nada en un fango de dudoso color y muy probablemente corrupto. Donde nadie quiere hacer sangre, sabiendo que mañana les podrían hacer sangre a ellos mismos porque, desgraciadamente, motivos nunca faltan.
Unos se enriquecen sin pudor, saqueando lo público. Otros construyen maquinarias corruptas, por las que el dinero de todos se malbarata y se funde, acabando, a base de pequeñas corruptelas, engrosando algunos bolsillos privados. Es imprescindible legislar con claridad sobre la financiación de los partidos políticos. Porque, si no, no queda otro remedio que sumergir capitales para que fluyan por las cloacas. Y en las cloacas abundan los personajes siniestros que, en un oscuro sótano, cogen 300 con una mano y sueltan 100 con la otra para financiar su partido. El resto se convierte en un ingreso en una cuenta particular de Suiza o de cualquier otro paraíso fiscal.
En épocas pasadas de dictadura y cierta inseguridad jurídica, podía tener alguna explicación la existencia de capitales perdidos por el extranjero, como seguro en caso de tener que huir de las injusticias de un régimen nada democrático. Pero en la España actual ya no hay coartadas, ya no hay atajos, la honradez y la ejemplaridad sólo pueden tener un único camino, que pasa por el hecho indiscutible de que todos los ciudadanos debemos ser iguales ante la Ley.
Contra la corrupción, el latrocinio y el mal uso de los dineros públicos (que son de todos, no de nadie como parecen pensar algunos políticos), tolerancia cero. Con ello podremos conseguir, seguramente, ser una sociedad más madura y más justa.
JMBA