Esta semana he pasado cuatro veces por Madrid y dos por Zaragoza, pero he conseguido dormir todas las noches en casa. Ayer por la tarde en la capital aproveché para hacerme unas fotos para mi nueva web. A lo largo del mes de Marzo la estrenaré. En ella juntaré lo que hasta ahora es la web y este blog, para tener un único sitio.
El fotógrafo que me hizo las fotos es un periodista de nombre Carlos. Yo no le conocía, pero ThinkingHeads, que son los que están trabajando en el diseño de la página, me lo recomendaron. Quedamos a primera hora de la tarde en el Museo Reina Sofía. Estuvo dos horas disparando la cámara, cambiando de objetivos, cambiándome de posición, de sitio… Recorrimos “las tripas del edificio” buscando las mejores ubicaciones, la mejor luz, el mejor contraste.
Al principio de la sesión le dije al fotógrafo que no estaba acostumbrado a estas cosas de los flashes y que seguramente tendría que ayudarme con las posturas, con la ropa... Fuimos directos a la azotea, donde vimos unas impresionantes vistas de la Sierra de Madrid nevada allí delante.
Cuentan que un alpinista intentó conquistar en solitario el Aconcagua después de casi toda una vida de preparación. Desde el campo base intentó alcanzar la cumbre. Y parece que lo pudo hacer, aunque al ir solo nadie pudo ser testigo de la proeza. Seguramente ya en el descenso el tiempo cambió bruscamente y una formidable tormenta hizo que perdiera mucho tiempo… tanto que se le echó la noche encima.
No veía absolutamente nada. La ventisca era muy fuerte y el frontal de luz que llevaba en la cabeza no servía de nada. Se arrastraba a ciegas hacia donde el destino le llevara. En un pequeño escalón de hielo resbaló y cayó rodando a gran velocidad por la gélida ladera.
Caía, caía y caía. Y en esos angustiosos momentos vio pasar toda su vida como en una película. Pensaba que iba a morir cuando de repente sintió un tirón muy fuerte que casi le parte en dos el cuerpo. Las cuerdas de la cintura con las que se amarraba a unas sujeciones habían hecho efecto y habían frenado su caída quedando colgando en el aire.
Recuperó el aliento como pudo aunque seguía sin ver nada. Gritó con todas sus fuerzas:
- ¡¡Ayúdame Dios mío!!
De pronto, una voz grave desde detrás de la tormenta contestó:
- ¿Qué quieres que haga, hijo mío?
- ¡Oh Dios mío, sálvame!.
- ¿De verdad crees que te puedo salvar?
- Por supuesto, Señor. Tú eres todo bondad y todo poder. Puedes hacerlo.
- Bien, entonces corta la cuerda que te sostiene…
Hubo un momento de silencio y quietud. El montañero se aferró más a la cuerda y reflexionó.
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgando a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda, a tan sólo un metro del suelo…
Y es que en estas reflexiones hemos recordado muchas veces que necesitamos ayuda para muchas cosas. Que solos no vamos a ningún sitio. Pero… ¿cuántas veces alguien nos presta su ayuda y no le hacemos caso? O peor… ¿cuántas veces pedimos la ayuda de alguien pero nos cerramos en banda a sus consejos?
Pedir ayuda requiere humildad y valentía, sin duda. Y aceptarla y dejarse ayudar, todavía más. ¡Animo!.