Agredir el propio cuerpo se hace desde antiguo. Utilizar nuestra piel, nuestro pelo u otras partes del cuerpo como base de expresión de sentimientos o ideas probablemente data del Pleistoceno. Al fin y al cabo nuestro cuerpo es lo más próximo que tenemos y una forma de modificar nuestra identidad puede ser actuar sobre nostros mismos. Adornos y vestidos están presentes en las culturas más antiguas y es difícil definir desde cuando. Los collares más antiguos pueden ser de hace 80.000 años por las cuentas perforadas halladas por los arqueólogos, pero antes pudo haber otros de los que no han quedado restos. Huesos modificados aparecen en varias culturas prehistóricas. De lo que no hay restos es de cicatrices o tatuajes.
Otras modificaciones de la anatomía, desde las mutilaciones genitales como la clitoridectomia o la circuncisión, hasta la exageraciones en los pendientes o los alargamientos de cuello, se suman a la miríada de rituales de otras tantas diferentes culturas.
A nuestro entender, la estúpida moda más reciente de producirse lesiones de cortes en la piel de adolescentes, especialmente niñas, podría incluirse en este ámbito de las modificaciones ritualisticas al cuerpo, en la misma línea que los tatuajes o los piercings. Excepto que los cortes incluyen más componentes de autoagresión.
No que nuestro entorno esté exento de autolesiones ritualisticas de difícil comprensión desde otras culturas o religiones. Los “picaos” de la Semana Santa de San Vicente de Sonsierra o cualquiera de las otras torturas penitenciales, desde el común nudipedio a las crucifixiones, en otros tantos sitios, son parte de esos fenómenos. Y del mismo estilo son los cilicios que continuan formando parte de los ritos de varias sectas u órdenes religiosas católicas, algunas tan modernas como el Opus Dei. Incluso algunos ejercicios viajeros como el camino de Santiago contienen elementos de la “mortificación de la carne“.
En la turbulenta y a la vez solitaria vida de los-y-las adolescentes, la combinación de estímulos con una visión distorsionada del propio cuerpo puede facilitar la selección de algún método de mutilación. La forma que adopte será influida por el entorno y la exposición a las experiencias de otros: en un convento de novicias en el siglo XVII serán cilicios postradas ante el altar, y en cualquier barrio del siglo XXI serán cortes de hoja de afeitar postradas ante la pantalla del ordenador…
Sin embargo existen motivos de preocupación ante la actual epidemia de antebrazos o muslos cortados entre adolescentes (ICD-10 Version:2016: X 77) que se está viendo en estas latitudes. Cualquier actitud o práctica autogresiva contiene un germen de autolisis, de suicidio. No es que las autolesiones sean intentos de suicidio, pero sí señales de alarma y, en cualquier caso, peticiones de atención.
En serio, cualquier autolesionada debe ser evaluada por un psiquiatra infantil experto. Ya sabemos que puede haber resistencias de cualquier joven a que lo lleven a un loquero, en lengaje coloquial. Pero se trata de una obligación protectora de todos. Cualquiera que sea testimonio de las lesiones, educador, familiar, médicos de urgencias, trabajador social, tiene la obligación de ponerlo de manifiesto y ofrecer ayuda profesional experta. Incluso en el más leve de los casos, puede ser una suficiente señal de deseo de atención.
X. Allué (Editor)