Resulta que, cuando una de nosotras fue a poner cortinas en su nueva casa, hará unos veinte años, le comentó a una costurera amiga (queda claro que la anécdota se corresponde con la de nosotras que no coge una aguja...), la posibilidad de que éstas arrastraran un poco. Habíamos visto la idea en alguna revista de decoración de la época y nos gustaba. La respuesta de la costurera no se hizo esperar -"¿Pero, estás loca o qué te pasa?, ¿que arrastren?, ¿para estar todo el día limpiando el suelo con los visillos?, ¿dónde se ha visto eso?... " Ante semejante avalancha de preguntas, a una se le fue poniendo cara de tonta y, ni que decir tiene, que las cortinas se colocaran al largo que la buena de la costurera consideró oportuno. ¡Y nunca más se habló del tema! Pero, hete aquí, que una segunda mudanza ocasionó que las cortinas antiguas no pudieran ser aprovechadas en la nueva vivienda, con lo que fueron a parar a la playa. Una vez allí y al colocarlas, el marido de una de nosotras comentó "-Vas a tener que hacer algo con ellas, más alta no puedo poner la barra, y arrastran". ¡Palabras mágicas aquellas! ¡Y era cierto! Se apoyaban suavemente y con la medida justa en el suelo, creando ese juego de volúmenes que tanto nos atrajo en su día.
Foto
Foto
Foto
Foto
Y así siguen después de varios años, ni más sucias ni más limpias que las demás, con su peso descansando delicadamente sobre el piso, como siempre soñó una de nosotras que quería sus cortinas. ¿Os atreveríais a colocarlas así?