Prueba incontrovertible de que la Iglesia es la Iglesia la gobierne quien la gobierne es el último disparate del portavoz de la Conferencia Episcopal Española, el señor Gil Tamayo, equiparando a la ONU con una Inquisición laica. Cada vez que escucho alguna patibularia declaración eclesiástica me viene a la memoria aquel quevediano Aldrobando Anatema Cantacuzano, “docto a oscuras y graduado en tinieblas”. Por cierto que hace unos días decía también este hombre a propósito del aborto que "la eliminación de un ser inocente nunca es la solución a un problema porque, en ese caso, acabaríamos en el mundo con el hambre, eliminando a las personas, y así se tocaría a más”. No soy médico, pero me atrevería a diagnosticar que el mosén padece una diarrea silogística crónica.
A este Gil y sus giladas podemos sumar al Obispo de Málaga (“la homosexualidad es una deficiencia que se normaliza con tratamiento”), al de Granada con sus negocios editoriales o al señor Reig Pla, que como policía local de la moral dictamina que los homosexuales han aparcado sus vidas en el infierno. Este fulano, que por cierto es Obispo de Alcalá de Henares, ha publicado en la web de su Obispado una nota sobre el aborto en la que afirma, con desfachatez, que este asunto queda avalado "por las leyes de un llamado hipócritamente «Estado de derecho»”, para a continuación expeler su dogma acerca de la conciencia moral, que naturalmente sólo poseen aquellos que opinan como él. Os ahorraré la obscenidad de comentar hasta qué lugar de mi profana anatomía estoy de los regüeldos y ventosidades morales de los obispos.
Llevamos un tiempo que tenemos a Dios, al Papa y a la Iglesia hasta en la sopa. Y ésta es una sopa boba. Si el tal Reig Pla afirma en su nota la perversión de esto que el inefable Ratzinger denominó la “dictadura del relativismo” a lo mejor no está de más contestar, en su mismo tono y con similar intención, que quizá lo que ocurre es que la Iglesia está demasiado acostumbrada a vivir en la “dictadura del absolutismo”, y por cierto muy cómodamente. Estos días, en que los Legionarios de Cristo despachan con un simple “lo siento” los desmanes cometidos durante décadas, quizá no sean los más adecuados para que los Obispos graznen sus mensajes al público.