Una compañera nos lo contó en primera persona mientras, desayunando, alguien le preguntó porqué se había divorciado a los 7 meses de haberse casado. Él nunca fue el príncipe de sus sueños. Empezó a salir con él un poco "por pena", porque no le dejaba en paz pidiéndole una oportunidad. La maraña creció en una relación infeliz que la envolvía y, "sin saber cómo", se vio embarazada de un hombre al que no quería y al que no podía decir no. Nació el niño y luego vino la boda y el sentimiento de estar equivocándose. Valiente, intentó varias veces hablar con él para acabar con la farsa. Y comenzaron los insultos, las vejaciones, el chantaje emocional. No sirves para nada eres una puta tu hijo va a pagar lo que me estás haciendo como me dejes te mato. Acobardada, intentó volver a hablar con él. Pero él enloqueció, imposible contarlo con palabras. Se sintió morir en vida, callada sin saber cómo había llegado a esa situación.
Tuvo suerte. Una amiga la llevó engañada a una asociación a hablar con un abogado experto en el tema. Pudo superar la vergüenza y decirlo llorando en su familia. Su padre cambió la cerradura de la casa. Y él no pudo volver a entrar nunca más. El divorcio fue de esos rápidos, menos mal. Y aunque durante años sintió pánico al verlo por la calle, se considera afortunada por haber escapado a tiempo de rehacerse a sí misma y coger las riendas de su vida.