El invierno es duro y no perdona a los mayores.
Ha muerto una señora de la residencia. Se levantó. Desayunó. Se sentó en el salón. Empezó a encontrarse mal, no sabía muy bien qué le pasaba. En cuanto la enfermera vio su cara me llamó. En cuanto le vi la cara la acostamos y llamamos a su familia. La enfermera y yo nos quedamos con ella en la habitación mientras esperábamos a los suyos, dándole la mano, hablándole para que no estuviese sola en sus últimos pasos por este mundo, respetando el momento sin más alarmismos ni agobios. Murió muy tranquila, como todos deberíamos morir. Cerrando los ojos. Tal vez pensando en su gente, tal vez viendo su vida pasar en un segundo... Murió simplemente dejando de respirar. Con paz.
Tuve que rellenar el certificado de defunción. Hay que describir la causa inmediata del suceso, la antecedente y la inicial o fundamental, además de otros posibles procesos existentes. Qué complicación. Sólo quería escribir que había muerto de lo que hay que morir, de "viejo" (lo digo con todo el cariño), de querer avanzar a otra etapa, de cansancio, de nada y de todo. Pero no podía, y me tuve que inventar una serie de palabrejas para engordar las estadísticas de turno que se alejan tanto de estos momentos tan trascendentales. Y me quedé con las ganas de escribir estas palabras tan simples pero tan importantes: muerte natural.