Máscaras de teatro de tragedia y comedia. Mosaico, arte romano, siglo II (Museos Capitolinos, Roma).
Hoy dudaba mucho. Dudaba porque voy a hablar de teatro, de dos aspectos diferentes del teatro. Créanme que me da vergüenza contar ciertas cosas… El otro día fui al teatro. Para mi sorpresa, la sala estaba a reventar. Luego lo entendí. Un conocido personaje hacía de sí mismo durante toda la obra. La gente iba a eso: a ver a ese personaje, no a un actor o a una actriz metiéndose en la piel de alguien completamente diferente a sí mismo. Fue degradante. Cada vez que soltaba un insulto, un exabrupto o, incluso en momentos de agresividad, la gente aplaudía y se reía. Yo no entendía nada. Humillante, indignante y puedo decir que hasta repugnante. Huelga decir que me levanté y me fui, acompañada de dos personas que habían venido conmigo, tras una reflexión chabacana que fue la gota que colmó el vaso. Los tres hemos pasado por una escuela de formación en arte dramático. Una escuela reglada. Una escuela que, gracias a la incultura general y a la falta de miras, está en peligro. Yo me llevo las manos a la cabeza porque así no me extraña nada que, cada vez que una actriz o un actor dice la palabra “puta”, como niños bobos la gente se ría y aplauda. Recortan en cultura. Cierran escuelas de arte y danza. Amenazan con eliminar (en algunas comunidades ya lo han hecho) el bachillerato de artes escénicas, danza y música. Siguen recortando en investigación, en sanidad, en futuro… Pero mientras tengamos telenovelas, fútbol, ídolos vacíos, sectas y dioses a quienes culpar de nuestra desgracia, seguiremos viviendo en la miseria moral más profunda. Mientras creamos que el arte es decir “puta” con mucha gracia (al tiempo que verdaderas joyas del teatro quedan semivacías por falta de público) seguiremos siendo lo que somos: un pueblo pobre en todos los sentidos. Los griegos hicieron del teatro un arte y nos regalaron la catarsis. Y nosotros nos limpiamos el trasero con sus delicadas enseñanzas. Así nos luce el pelo.