Revista Cultura y Ocio

Cosas del azar – @GraceKlimt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Lo que pasaba es que siempre era sábado juntos.

Les daba igual el despertador, los semáforos en rojo, el ruido del tráfico fuera, el sonido del camión de la basura rompiendo amaneceres. Bajaban la persiana y no llegaba el día siguiente. -¿Y si te quedas hasta mañana?-. Y volvía a sonreírle, con esa sonrisa de cabrón que avisa del peligro, y ya no hacían falta más palabras. A la mierda el autobús. A la mierda la facultad. A la mierda el trabajo. A la mierda el mundo. A la mierda todo lo que no fuesen ella y él. ¿Qué falta les iban a hacer sus clases de programación en C y las de ella de psicología social? -Llama al curro y diles que estás enferma, que no puedes salir de la cama-.

Y entonces volvía a ser sábado otra vez en plena tarde de domingo.

Sonaban los Héroes, siempre, en su pequeño cuarto. Dormían, despertaban, volvían a dormir. A veces incluso salían al mundo exterior, como dos aventureros, con el pelo revuelto y descalzos, y atracaban la nevera. Para qué más detalles.

Hubo una vez que incluso hablaron de irse a vivir juntos.

Tal vez ese fue el instante en el que todo se empezó a romper. Ella no recuerda bien el asunto, pero sí la sensación de ahogo, de ¡Joder!, ¡Qué puta mierda! Y él fumando. Y ella fumando más. Y -Cariño, deberías irte, sale un tren en media hora, si corres aún llegas-. Y él no dijo que no. A tomar por culo todo. Qué ironía, ¿verdad?

Lo que pasó después es que siguieron intentando convertir en sábados sus encuentros.

Pero ya olían a madrugón de lunes. Y así no hay quien salve nada. Aunque en esos momentos en que las bocas se dedicaban a otras cosas parecía que sí. Pero luego el espejismo pasaba. Y ya no hacían el amor. Follaban, sí. Pero al final eso de follar se acabó convirtiendo en algo parecido a escuchar el concierto a través de una llamada de teléfono. Una puta mierda. Y le llenaba el cuerpo. Pero se le quedaba vacía el alma. Y le estorbaba su abrazo al despertar.

Igual sólo era miedo. O que eran unos críos jugando a ser adultos. O que les quemó la luz que entró por la ventana aquella mañana en que se les olvidó echar las cortinas.

O que llegó él. Sin avisar. Una tarde de invierno. Estas cosas locas que tiene el azar. Y le pilló sin coraza. Sin escudos. Sin maquillaje.

Y le robó el corazón.

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