Cuando era niña me encantaba rebuscar entre las cosas que dejaba el mar en la orilla y llevarme algunas a casa. Sobre todo guijarros (los blancos y los negros esféricos eran mis favoritos), cristales pulidos por el agua, conchas… Más adelante, me dio por decorar mi casa con ellos y, cual jardín japonés galaico, llené una esquina del recibidor de grandes piedras redondeadas y de maderas de extrañas formas.
Ese momento se me pasó y en un arranque de minimalismo me deshice de ellas, pero alguna vez las eché de menos. Así que cuando me encontré con esta vértebra de pez, no pude evitar llevármela. Es pequeña y no me costará encontrarle acomodo en algún rincón especial.
Hoy me han gustado los bordados de Beni Rivas que he descubierto en esta entrevista del blog de DMC.