Tengo varios días con estas “cosas” dando vueltas en mi cabeza. Y cuando eso pasa, creo que está bien escribir. De esto ya he hablado antes: ideas sueltas en algún post, o en respuestas a los correos que me llegan preguntándome cómo hago lo que hago, o en conversaciones con amigos y otros viajeros. Decir que “viajar te amplía la mente” quizá sea un cliché, pero es cierto y de esa amplitud se derivan muchas reflexiones. Así que quise hacer una lista -a modo de recordatorio- con esas cosas que he aprendido viajando, porque quiero dejar aquí parte de mi propio crecimiento como viajera y también, para intentar abrirle una ventanita a aquellos que estén dispuestos a comenzar la aventura.
- El mundo no es tan peligroso y tan malo como te cuentan. Sí, veo las noticias a diario. Sé que suceden atentados, tiroteos, que hay robos, violaciones y más. Sé que hay gente con no tan buenas intenciones, pero viajando te das cuenta que no puedes quedarte en casa para sentirte protegido y a salvo por siempre. Cuando te toca, te toca: así estés viajando a una hora de tu ciudad, en las Maldivas o en tu cuarto leyendo un libro. Hay que salir y ver el mundo con nuestros propios ojos y así poder decirle a otros que lo intenten.
Hay que seguir caminando, aunque haya sequía
- Las personas son (muy) amables. Y eso derrumba la teoría de que el mundo es peligroso. Cuando viajas, te consigues con gente que te brinda más que una mano para que puedas continuar con tu travesía y sin ningún otro interés que no sea el de ayudarte, o conversar un rato. Además, conocer a personas que te cuenten de dónde vienen, qué hacen, cómo viven, te abre un universo de culturas inimaginable. Te llenan de historias, te hacen recorrer otros sitios que no tenías en mente. Aprendes, conversas, creces.
Los tortuguillos nacen y buscan el camino al mar, sin saber qué les depara la suerte
- Está bien viajar sola. Porque es un constante descubrimiento. No tan solo exploras los destinos a tu ritmo, sin apuros, sin compromisos, sin tensiones; sino que aprendes a (re)conocerte a ti misma mientras viajas. Sabes cuáles son tus miedos, tus límites, lo que te cuesta, lo que se te hace fácil, lo que extrañas y lo que no. Se viaja por dentro y por fuera al mismo tiempo y eso hace que todo te sorprenda o, al menos, eso es lo que yo trato: que cada viaje me sorprenda como si fuese el primero.
Viajar sola es un reto, cada vez
- Hace falta viajar acompañado de vez en cuando. Sí, con la persona que quieres, con tus amigos, con tu familia. Porque eso también enseña tolerancia, porque puedes mirar a través de los otros; porque aunque estén juntos, cada quien vivirá el viaje a su manera y eso enriquece. Cada quien va por ahí con sus curiosidades a cuestas y cuando coinciden, la aventura resulta maravillosa. Cuando no, entonces el viaje te pone a prueba y de eso siempre sale algo bueno.
Dijo Cesare Pavese: “no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”
- Te alejas de los prejuicios. Justo antes de salir te dicen que estás loco e incluso, te señalan. Dicen que eres arriesgado, que viajar no es fácil, que necesitas mucho dinero, que te sobra el tiempo, que te mantienen y que por eso -solo por eso- es que lo haces. Dicen que viajar sola es un peligro, que viajar acompañada también. Cada quien emite sus juicios desde sus propios miedos y cuando te alejas de todo eso, descubres que nada se parece a todo eso que intentan imponerte como verdad única. Y si salirse de ese patrón es estar loco, pues entonces asumo mi locura con mucha seriedad.
A veces, la locura me lleva a sitios como este
- Entiendes de paciencia y flexibilidad. Porque los viajeros no somos caprichosos y cuando nos movemos por el afán de ver, de llenarnos de historia, entonces sabemos que hay que estar dispuestos a aceptar los virajes del camino. La paciencia se fortalece y ser flexibles nos permite improvisar, salirnos del plan previo (si es que había alguno), aceptar sugerencias de otro. Siempre digo que se trata de escuchar cómo la ruta va hablando y hacerle caso. Eso no evita, claro, que a veces tenga episodios donde quiero mandar todo a la porra y volver a casa a arroparme en mi cama. Pero son pocos, poquísimos y casi no cuentan.
Siempre me ha gustado esa frase que dice que “viajar es pararse al borde de un mundo y de ahí ver más al siguiente”
- Te das cuenta que no necesitas mucho para ser feliz. He desarrollado una renuncia a lo material de manera espontánea. Cuando viajas y te toca pasar la noche al borde de un río, en una choza bajo la que guinda una hamaca y andas descalza por ahí; alcanzas niveles de felicidad que te hacen entender que no necesitas mucho más. Cuando viajas y ves que en un patio de arena, tres niños tienen como único juguete una pelota casi desinflada y un palito de cualquier árbol al que amarraron un pedazo de tela y corren sonriendo contentos; entiendes que la felicidad no consiste en tener grandes lujos. Entonces, te despojas de todo lo que crees necesitar y cada vez viajas más ligero, más abierto a ver, a sentir, a vivir.
Su tambor es tan alegre como su risa
- Hacer lo que me gusta no me convierte en heroína. Cuando me ven viajando sola -y esto no solo me pasa a mí- me preguntan de dónde vengo, qué hago, a dónde voy. Al contar que soy periodista, que viajo y escribo, me miran con los ojos bien abiertos diciendo: “Wow! eres la mujer maravilla” y luego dicen: “¡yo quiero tener una vida así!” Y la verdad es que yo solo hago lo que me gusta: uní mi profesión (el periodismo) con mi pasión (que es viajar) y resultó esta mezcla de moverme por donde se me antoje relatando historias. Y al hacerlo puedo ser tan feliz como un ingeniero agrónomo que está contento con su trabajo, o siento la misma felicidad del cuidador de ositos pandas cuando los alimenta, o como el que tiene un restaurante a la orilla del mar. No soy una heroína. Solo hago lo que me gusta.
Todo es culpa de las galletas de la suerte
- La curiosidad marca la ruta de mis viajes. Sí, porque estamos constantemente buscando respuestas. Porque no hay nada mejor que querer ir a una ciudad solo por el afán de escuchar música o de llegar a otra solo para ver cómo una señora hila una hamaca, o de ver cómo es que rompe una ola, o cómo se ve el paisaje desde aquella roca. La curiosidad nos mueve, nos revuelve, nos hace preguntarnos cosas. Y entonces exploramos constantemente los mapas para decidir los caminos, para respondernos. Siempre digo que los lugares me llaman y es por eso, por la curiosidad que me generan según cómo me voy sintiendo.
Por curiosidad llegué a un mercadito de diseño que se realiza una vez al año en Madrid, pero ese es otro cuento
- No entiendo de distancias. Cuando siento que quiero ir a un sitio, mi mente no entiende si está lejos o cerca, solo que quiero ir y normalmente voy, no importa el tiempo que me tome. Mi locura viajera me hace sentir que es perfectamente posible ir a cualquier lado siempre y cuando lo quieras. ¿Que hay que trabajar un poco más porque no alcanza el presupuesto? Está bien, lo hago. No tengo prisa. Si está en el mapa y lo puedo ver, también puedo llegar.
Una vez quise ir a New Orleans y fui
- Viajar también cansa. Y no me debo sentir mal por eso. Viajo con mi cámara fotográfica, varios lentes, mi computadora. Empaco, desempaco, dejo bajo llave. Vuelvo a salir. Cargo peso, busco direcciones, me pierdo, estoy atenta a todos los detalles que suceden a mi alrededor porque los quiero contar, anoto, pregunto, me quedo dormida. A veces no quiero salir. A veces quiero salir siempre y no quiero dormir. Y de repente, no me quiero mover más, así sea por dos días, porque estoy cansada, porque quiero lavar ropa y que huela bien, porque quiero leer y hacer nada. Viajar con lentitud te permite tomar estas pequeñas pausas.
Empacar, desempacar
- Somos extremadamente pequeñitos. No viajo para decir que soy la que más viajo, sino porque me interesa y me conmueve profundamente lo que veo. Con cada viaje me doy cuenta que sé muy poco de muchas cosas, que cada día aprendo más, que la naturaleza me arropa, que las ciudades me cuestionan, que soy un punto moviéndome con afán en un planeta cuya inmensidad es inimaginable. Así que no viajo con ansias de explorador que conquista territorios, sino como quien entiende que ya mucha gente ha pasado por allí y ha visto y se ha maravillado. Siento que toda esa energía se queda allí acumulada por donde pasamos y que se necesitan muchos, pero muchos kilómetros para entender un montón de cosas.
El mundo está lleno de posibilidades
- Una vez que estás en la ruta, no quieres detenerte más. Porque es justo ahí después de cada viaje o justo cuando está a punto de terminar, que te das cuenta que pudiste, que lo volviste realidad, que no fue tan difícil como te contaron. Es en ese momento -casi mágico- donde tu mente te grita todas estas cosas de manera arremolinada, pero las entiendes y decides que vas a llegar a casa, lavar la ropa y salir otra vez, no importa cuánto tiempo te tome el irte y cuánto dure el viaje. Lo importante siempre será moverse.
Viajar es saber que el mundo está ahí para recorrerlo
¿Y a ti, qué te han enseñado los viajes?