Ando reflexionando estos días sobre aquellas cosas que nadie te cuenta sobre la maternidad. No sólo en lo relacionado con alimentación, sueño o necesidades básicas, que son las que principalmente nos ocupan en los primeros años, que de esas podría ir los primeros capítulos ese libro que tengo en mente …
Sino de lo que viene después, cuando tu papel como madre cambia y esto sucede cuando aquel ser indefenso que sólo era feliz en tus brazos crece, habla y comienza a interactuar contigo de igual a igual. ¡Qué diferente es entonces ser madre!En esta aventura hay varias fases: una fase de preparación y transformación que es el embarazo, ahí todavía eres virgen, no tienes ni idea de la experiencia en la que te vas a sumergir. Muchas ideas preconcebidas, muchos conceptos erróneos. Pero todo eso se va solventando a medida que se acerca el momento del encuentro y sobre todo cuando por fin renaces con tu nuevo papel de madre.
Después viene una fase dura, se derrumban muchas creencias, te enfrentas a lo que te habían contado y a lo que no también. Entras en el mundo de ‘la vida sin dormir’ y sus consecuencias y te vas adaptando a duras penas a ese nuevo rol. Descubres que a pesar de lo que te quejas ¡te gusta! Y hasta apetece repetir. Cosas del instinto mamífero.
Durante ese tiempo tu hijo es casi una prolongación de ti, siempre contigo, siempre necesitándote, siempre cerca. No imaginas que llegará un día donde ese cordón umbilical invisible que aún os une se cortará y él volará libre y seguro. Ese tiempo se hace largo, a veces incluso tedioso. En ocasiones le necesitas casi tanto como él a ti, esa dependencia es mutua. Aunque también deseas un poquito de libertad. A veces, para él, sólo existes tú, ni papá, ni los abuelos, ¡nadie!, sólo tú.
Y luego vas pasando por diferentes etapas, casi tantas como las que acompañan al crecimiento de tu pequeño. Y un día te encuentras a un niño con el que haces cosas tan cotidianas como la lista de la compra, o con el que comentas lo importante que es saber ganar y perder en el deporte, o incluso con quien comentas el menú de la cena. ¡Su opinión cuenta! Es un miembro más de la familia, activo, participativo. No es el bebé al que dabas amor infinito ayer sin pensar en otra cosa. Ahora es un niño que quiere tener voz y voto en casa. Es un niño que pone la mesa y te recuerda que hay que comprar servilletas de papel. Es un chicarrón que te regaña por lo bajini si le besas en los morros cuando le dejas en su entrenamiento de fútbol semanal.
Y ahora sí existen otras personas. Mamá ya no es su Universo, ahora necesita muchísimo más que antes a papá y su relación es única, especial. Compartiendo gustos, aficiones, hablando de fútbol, de juegos, haciendo planes juntos. Ahí están, hablando como iguales, los miro y confieso que siento celos. Ese bebé de ayer ya no está y este niño ya no me busca, ya no necesita mi protección, y cada día necesita menos mis besos. Siento celos de quien me lo va arrebatando, de la vida que le hace crecer imparable. Se ha convertido en un ser más independiente, yo tengo ya otra presencia, mi papel ha cambiado.
Y ahí nos encontramos las madres, teniendo que asumir ese nuevo rol que nos toca. Primero pasamos por el de la dependencia y necesidad absoluta, dejando de ser una para convertirnos en dos. Y luego, cuando ya se nos ha olvidado que somos una persona única, llega el momento de la separación, cuando él corta el cordón y se aleja un pasito de ti. ¡Qué duro! Tanto desear un poquito de intimidad, tanto querer recuperar esa individualidad y cuando por fin lo hacemos, ¡sentimos celos!
Nadie me contó que este momento llegaría, que me sentiría menos madre y que echaría de menos aquellos momentos donde íbamos al aseo en compañía, donde dormíamos pegaditos y donde yo carecía de intimidad alguna.
¿Estás preparada para ese momento?, ¿crees que sentirás celos?