I. ¿Mi pequeño italiano? Mejor, gracias. Sobre todo ahora, después de leer Cose che nessuno sa. Los idiomas se aprenden con todo el cuerpo. Siempre he desconfiado -nunca me han servido- de los métodos autogestionarios. Solo se aprende el idioma en el que se sufre, se ama, o se suelta una carcajada pronta y espontánea. La traducción siempre es antecámara, hay que ir más allá. Y leer en un idioma que medio sabes es un viaje que pide espíritu aventurero. Como leer en penumbra, con un candil en la mano izquierda: las palabras proyectan sombras inestables, y vas de claro en claro, descubriendo las monedas de oro que llevan al tesoro. Y Cose che nessuno sa es un pequeño gran tesoro de sabiduría sobre la vida.
II. En Blanca como la nieve, roja como la sangre… ya se veía que D’Avenia sabía muchas cosas. En Cose che nessuno sa, pese a lo que dice el título, ya se ve que se las sabe todas, o al menos las más importantes. D'Avenia es un apasionado profesor de literatura en un liceo de Milán, además de doctor en filología clásica, con una tesis sobre el pasaje de las sirenas de la Odisea de Homero. Y lo mejor de todo es que ha escrito algo tremendamente incorrecto: ha vuelto a reunir la belleza y el dolor, como si Platón acabase de escribir el Fedro la semana pasada. Nosotros, los (post) modernos, los hemos separado empeñados en llevarnos en cada bolsillo una y otra cara de una misma moneda. Y estamos contentos de consumir los dos simulacros resultantes: una belleza que no nos abre surcos en la carne; un dolor que no nos eleva.
Hola, esto es lo que hay