Una novela con historias que se entrecruzan en el nexo común de un crimen.
Un cosmorama es una representación de objetos, cuadros o paisajes vistos a través de un vidrio óptico. Por tanto, el título de la novela no podría ser más acertado. Estamos ante cuatro historias diferentes que se articulan en torno a la aparición de una mujer embarazada asesinada. Sobre este hallazgo se vertebran varias imágenes que forman un conjunto más amplio, el cual vemos los lectores como si de un cosmorama se tratara.
Cosmo, marido abandonado por su bella esposa, se dedica a fantasear sobre posibles trabajos que le harán rico y que harán que su mujer vuelva con él. Mientras tanto, Leo, aspirante a escritor, pasa los días encerrado en su cuarto intentando dar con el relato perfecto, hasta que comprueba que su hermano Krikor puede ser el modelo perfecto para su personaje.
Un padre arrepentido marcha en pos de su hijo, acaso con la intención de pedirle perdón por cómo trató a su madre en el pasado. Mientras tanto, el hijo se refugia en pensiones solitarias donde entabla relaciones con las porteras y huye constantemente de la figura de un padre que tal vez sólo imagine.
Todas las historias que aparecen en Cosmorama (Tropo Editores) adquieren una palpitación distinta de los lugares en los que ocurren. La calle Ka, centro neurálgico de una ciudad imaginada por la que transcurren los azares de los personajes. El parque donde un voyeur improvisado contempla a una muchacha darse un masaje en los pies tras el cansancio del día. El autobús que recorre una larga carretera por la que el padre va desgranando sus pecados. La ciudad de Oajaca, que reluce con su brillo lejano y mitológico y a la que se aferran los personajes como una utopía particular.
También merece una mención especial el lenguaje, que reclama un papel propio en Cosmorama. Se trata de un estilo algo escueto, pero con una gran riqueza de palabras, que se extiende a lo largo de capítulos cortos que consiguen enganchar al espectador. Narrada con gran maestría, la trama se enrosca sobre sí misma, hace vericuetos, reclama su sitio a lo largo de todas las páginas hasta demostrarnos que los personajes que protagonizan una de las historias pueden ser perfectamente personajes secundarios de las otras, pues todas están conectadas.
A este respecto, me parece acertada la comparación de la autora con Sherwood Anderson, ya que tienen la misma técnica de integrar los relatos cortos en medio de una atmósfera más global, aunque también se pueden apreciar otros rasgos de escritores de la Generación Perdida.
Cristina Cerrada, escritora de relato y también novelista, nos deja una novela muy interesante, que se lee con gusto y que nos deja un buen sabor de boca y ganas constantes de saber más sobre los personajes que la pueblan, sobre sus grandezas y sus miserias.