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Cosmos (1980), de carl sagan. uno y el universo.

Publicado el 06 mayo 2014 por Miguelmalaga
COSMOS (1980), DE CARL SAGAN. UNO Y EL UNIVERSO.
Ayer, mientras comentábamos la película El secreto de sus ojos, fue inevitable que apareciera el tema de las pasiones humanas, algo fundamental en su trama. Y si hablamos de pasiones, pocas tan fructíferas como la pasión de Carl Sagan por la astrofísica, que no se limitó a la ciencia academica, sino que supuso también un notable esfuerzo por democratizarla a través de su divulgación. El hito más reconocible de este empeño es Cosmos, una serie de documentales que se hicieron muy populares a finales de los setenta y principios de los ochenta (a veces la televisión puede ser un excelente medio difusor del conocimiento) y que Sagan publicó también en forma de libro, ampliando un poco el contenido de su versión televisiva. Nada más comenzar a leer se advierte al científico, pero también al escritor lírico que se estremece ante la titánica tarea de explicar el infinito:
"El Cosmos es todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez. Nuestras contemplaciones más tibias del Cosmos nos conmueven: un escalofrío recorre nuestro espinazo, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo lejano, o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios.

El tamaño y la edad del Cosmos superan la comprensión normal del hombre. Nuestro diminuto hogar planetario está perdido en algún punto entre la inmensidad y la eternidad. En una perspectiva cósmica la mayoría de las preocupaciones humanas parecen insignificantes, incluso frívolas. Sin embargo nuestra especie es joven, curiosa y valiente y promete mucho. En los últimos milenios hemos hecho los descubrimientos más asombrosos e inesperados sobre el Cosmos y el lugar que ocupamos en él; seguir el hilo de estas exploraciones es realmente estimulante. Nos recuerdan que los hombres han evolucionado para admirarse de las cosas, que comprender es un alegría, que el conocimiento es requisito esencial para la supervivencia. Creo que nuestro futuro depende del grado de comprensión que tengamos del Cosmos en el cual flotamos como una mota de povo en el cielo de la mañana."

El universo cuenta con unos catorce mil años de antigüedad, la Tierra con unos cinco mil millones, la vida unos cuatro mil. El hombre, más o menos como lo conocemos hoy, no tiene más que un par de millones de años de antigüedad. Puede que seamos la única forma de vida inteligente en el universo, puede que no, pero lo cierto es que nuestra existencia como especie no es más que una pequeñísima fracción de la edad total de la materia. Poco a poco el hombre ha ido descubriendo que no es el centro de la creación. Es más, ante el estupor de los dirigentes religiosos, la ciencia ha restado paulatinamente importancia a la posición de nuestro planeta en el Cosmos, hasta que se ha aceptado universalmente que no somos más que una mota de polvo que orbita alrededor de una estrella ordinaria que se pierde entre otros cientos de miles de millones que forman nuestra galaxia. Y nuestra galaxia es una más entre miles de millones. Cifras inconcebibles, que marean, que nos hacen preguntarnos si la vida no será un accidente común en el resto del universo. Es difícil dar una respuesta a esto, debido a las inmensas distancias físicas o incluso temporales que nos pueden separar del encuentro con otras formas de vida o con otras civilizaciones. El hombre no ha hecho más que explorar un poco de sus alrededores. Que todavía no se haya encontrado ni rastro de vida, no quiere decir nada. Es como si, por analizar un cubo de agua del mar, se pudiera concluir que los oceános no albergan peces. 
Pero el camino hasta estas conclusiones, hasta este relativo triunfo de la ciencia que hoy vivimos no ha sido fácil. Ha estado jalonado de obstáculos, igual que nuestra misma evolución biológica, que es el resultado más de una serie de factores casuales que de otra cosa. Los primeros atisbos del método científico comenzaron en Grecia varios siglos antes de Cristo y se fue desarrollando en la época clásica. La mayor parte de este conocimiento se perdió con el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el siglo IV, coincidiendo con el triunfo del cristianismo. Si conocemos parte de este legado fue gracias a las copias árabes que terminaron llegando a occidente y se resguardaron en los conventos. Para Sagan, el final de la Biblioteca es una desgracia que permite fantasear con su contenido perdido para siempre:
"El núcleo de la biblioteca era su colección de libros. Los organizadores escudriñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exterior para comprar bibliotecas. Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, y no en busca de contrabando, sino de libros. Los rollos eran confiscados, copiados y devueltos luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece probable que la biblioteca contuviera medio millón de volúmenes, cada uno de ellos un rollo de papiro escrito a mano. ¿Qué destino tuvieron todos estos libros? La civilización clásica que los creó acabó desintegrándose y la biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña fracción de sus obras, junto con unos pocos y patéticos fragmentos dispersos. Y qué tentadores son estos restos y fragmentos. Sabemos por ejemplo que en los estantes de la biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que órbita el Sol como ellos, y que las estrellas están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubrirlas. Si multiplicamos por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de su destrucción.
 

Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tarjeta de lector para la Biblioteca de Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Diluvio, un período al cual atribuyó una duración de 432 000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento. Me pregunto cuál era su contenido."

Por suerte, y enfrentándose al pensamiento imperante, aún a riesgo de su propia seguridad de quienes la practican, la ciencia terminó abriéndose paso. Copérnico, Kepler o Galileo fueron ensanchando nuestro horizonte a costa de refutar las verdades de los libros sagrados. ¡Cómo le hubiera gustado a Sagan vivir en nuestros días y poder asomarse a los nuevos descubrimientos cósmicos! Como uno de los responsables de las misiones Viking, de artefactos no tripulados a Marte, se sentía algo frustrado por no poder mover los vehículos a su antojo, algo que sí ha sucedido con el mucho más avanzado Curiosity que en la actualidad explora el planeta rojo. También se hubiera frustrado un poco por no haber recibido todavía señal alguna de vida extraterrestre, aunque, como él mismo dice, no estamos más que empezando una búsqueda que puede ser infinita. 

Leer Cosmos hoy día es una experiencia muy enriquecedora. Es verdad que muchos de los conocimientos que se exponen se han ampliado hoy día hasta límites insospechados, pero lo que es indudable es que el estilo divulgativo de Sagan es inimitable. La obra cumple plenamente con su vocación de estimular la curiosidad del lector, algo que ya habían conseguido previamente los documentales. Cosmos es una puerta de entrada ideal a asuntos que a todos nos fascinan.

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