Revista Cultura y Ocio
He llegado más tarde que otros lectores a Gombrowicz, pero felizmente he llegado. Todavía solo a una de sus obras, Cosmos, pero ya convencida de que me esperan muchos otros libros suyos a los que hincarles el diente como lo hizo Proust a su magdalena. Magdalena de la que dice Enrique Vila-Matas en uno de sus libros que, lejos de ser un motivo del que se vale Proust para recordar toda una época de su vida, se vuelve un procedimiento para pasar de un plano a otro en la narración.
Como lectora le he podido hincar el diente a la magdalena de Gombrowicz. En Cosmos esa magdalena empieza por ser un gorrión colgado de la rama de un árbol. Es una sola imagen que aparece en toda su luminosidad una vez que este escritor la ha aislado de la infinidad de fenómenos que se dan en la realidad. Como él mismo escribe, después de elegir un fenómeno, el resto desaparece en la sombra, de igual modo que si fijamos los ojos en un solo punto del mapa sabemos entonces que se nos escapan todos los demás. Concentrado en un objeto, este empieza a cargarse de sentido, deja de ser ordinario y se convierte en una obsesión. ¿Acaso la realidad no es, en esencia, obsesiva?, se pregunta en "Fragmentos de mi diario en los que se habla de Cosmos." Y responde:
Dado que nosotros construimos nuestros mundos por asociación de fenómenos, no me sorprendería que en el principio de los tiempos haya habido una asociación gratuita y repetida que fijara una dirección dentro del caos, instaurando un orden.
Hay algo en la conciencia que se convierte en trampa de ella misma.
Por tanto, Gombrowicz nos previene desde el principio de su libro del carácter gratuito de toda lógica en ese proceso de búsqueda de una forma que organice la violencia de los acontecimientos. Lógica astuta elaborada a base de suposiciones, asociaciones e investigaciones que imponen al caos un orden.
En la misma línea se pronuncia con lucidez Enrique Vila-Matas en Chet Baker piensa en su arte cuando escribe:
Nos tranquiliza la simple secuencia, la ilusoria sensación de hechos. Sin embargo, hay una gran divergencia entre una confortable narración y la realidad brutal del mundo.
En la visión de Claudio Magris en El infinito viajar, la narrativa más auténtica cuenta a través de la toma directa de los hechos, de las cosas, de esas transformaciones locas y vertiginosas que impiden captar el mundo en su totalidad y ofrecer una síntesis de él, permitiendo capturar, como el reportero en la barahúnda de la batalla, solo algunos fragmentos.
Gombrowicz no solo nos advierte de entrada de la imposibilidad de captar la realidad en su totalidad y de la elección arbitraria de acontecimientos. Nos expone desde el principo de Cosmos, a modo de notas, sus procedimientos narrativos. Pero también en las páginas de su libro hablan estos procedimientos a través de la voz del protagonista y narrador en su intento de organizar el caos. De ahí que la trama, muy bien construida, vaya a la zaga del estilo. Una trama, en mi opinión, imposible de ser nombrada, puesto que lo principal de Cosmos radica en la búsqueda de lazos entre acontecimientos que en apariencia nada tienen que ver unos con otros. El arte de Gombrowicz reside, consiguientemente, en tornar fenómenos y sucesos arbitrarios en vasos comunicantes misteriosos mediante los cuales es capaz de forjar una narración discursiva. Dicho con otras palabras, construye una trama sólida que revela a la vez su carácter fortuito, dada la relatividad de las asociaciones.
En última instancia, en Cosmos toma la palabra la fragmentación del conocimiento humano propia de nuestra incapacidad de conocer la realidad en su totalidad.
¿De qué habla, pues, Cosmos? A los buscadores ávidos de tramas, amantes de la narrativa realista que imita la realidad, les aconsejaría que se abstengan de leer este libro. A los lectores exigentes que anhelan sumergirse en la realidad caótica para recuperar de ella algunas parcelas fragmentarias o bucear en el fondo de la cambiante y contradictoria naturaleza humana, les diría que Cosmos habla de un gorrión colgado -primera imagen luminosa a la que he aludido antes- y un palito colgado y un gato colgado y un hombre colgado. A la vez, de bocas que se abren a nuevas bocas, las cuales, como los primeros, se relacionan, se oponen, se asocian, se comunican, se yuxtaponen. A partir de estas pocas ideas, vale la pena sumergirse en el libro.
Cosmos es también, entre otros, un camino de hallazgos buscados cuya finalidad no es otra que darle nuevos sentidos a las acciones. En esta travesía refulge la naturaleza humana inmersa en una atmósfera de tensiones que lo contamina todo. Como se lee en el libro:
Aunque cada uno hacía todo lo posible por comportarse con desenvoltura, era precisamente aquella aparente naturalidad lo que parecía teatral.
Ninguna distancia logra cancelar las tensiones debidas a ciertos acontecimientos, presencias o recuerdos. Al contrario, contemplados estos en la lejanía, cristalizan y se consolidan. Por mucho que se desplacen los personajes al otro lado de la orilla, permanecen en su nueva estancia solo en relación con la realidad que se ha dejado atrás. Con las mismas incertidumbres y el mismo sentido de culpa, con los mismos celos y sospechas, la misma desconfianza y felicidad inactiva. También con la impotencia de la mente frente a una realidad que la supera, la anula y la burla. De este modo, cualquier posibilidad en el libro es realizable, por lo que igualmente toda trama es, gombrowiczamente, posible.