Uno de los políticos del tardofranquismo, impulsor de la extinción del régimen y actor importante de la Transición democrática, el catedrático emérito Fernando Suárez, acaba de recordar la permanente “espera de angustiosas mutilaciones irreparables” de España que veía el premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal en 1934, poco antes de morir a los 82 años.
La II República cumplía su tercer año y el descubridor de la interrelación de las células nerviosas añadía que le era “imposible transigir con sentimientos que desembocarán andando el tiempo, si Dios no hace un milagro, en la desintegración de la patria y en la repartición del territorio nacional”.
El sabio aragonés fallecía once días después de la declaración de independencia de Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934, desmantelada inmediatamente por el general catalán Domingo Batet.
El milagro que Cajal nunca desearía se produjo en 1936 con el levantamiento militar que inició la guerra civil, terminó con Franco en la cama en 1975, y con Fernando Suárez ayudando a Adolfo Suárez a desmantelar su régimen.
Companys, que fue ministro de Marina de la República entre junio y septiembre de 1933, no podía imaginarse que una sucesora suya, además mujer, iba a recordar que el Ejército “está para defender la integridad y la soberanía de España”, como hizo Batet con cañonazos intimidatorios a las órdenes de la República.
María Dolores de Cospedal lanzó la advertencia en un discurso ante militares al conmemorar el 40º aniversario de la creación del Ministerio de Defensa, que en plena Transición fundió los antiguos ministerios de tierra, mar y aire.
Y lo hizo mientras otro sucesor de Companys en la Generalidad, Carles Puigdemont, anunciaba un nuevo golpe de Estado para obtener la independencia con un referéndum ilegal.
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