Después de casi 20 horas de viaje, saliendo de Barcelona vía Estocolmo, llegamos al aeropuerto internacional de Los Angeles a las cuatro de la tarde hora local.
Un shuttle service nos llevó hasta las oficinas de Alamo para recoger el coche de alquiler. A pesar de tener reserva hecha y pagada, intentan meterte un coche de categoría superior, nunca es suficiente el que tu hayas alquilado, además de venderte extras del seguro contratado, gps y cualquier cosa que aumente la cuenta. Si el pago se ha efectuado con visa, por norma general, tendremos solventado el seguro personal, además del que ya suele entrar en el contrato de alquiler del vehículo que es el de responsabilidad civil y daño a terceros. Pero es aconsejable ampliar la cobertura con el servicio de asistencia en carretera.
En el momento de la recogida, no quedaba ningún vehículo compacto de las características que nosotros habíamos solicitado, así que nos dejaron escoger entre los de gama superior. Lo cierto es que viendo lo que nos ocupaba el equipaje, no se yo como habríamos ido con uno más pequeño… Y para darle un toque más autentico al viaje, escogimos una marca americana de entre todas las que había.
Varias de las cosas que hay que tener en cuenta, si se pretende conducir por EEUU, es que además de tener que llevar el permiso internacional junto con el permiso nacional, conviene saber que las normas de circulación se respetan muchísimo. Los peatones siempre tienen preferencia pero ellos también deben seguir las normas a riesgo de ser multados y la prioridad a la derecha en las intersecciones solo rige cuando los dos coches llegan a la vez, en caso contrario tiene preferencia el que antes llega. Si en un cruce queremos girar a la derecha, podemos hacerlo aún teniendo el semáforo en rojo, siempre y cuando, no se entorpezca la circulación de los que circulan por la calle a la que queremos girar (valido solo en algunos estados). Las multas por conducir bebido son muy elevadas y es, incluso, ilegal llevar latas o botellas de bebidas alcohólicas en la zona delantera del vehículo aunque estén vacías, siempre hay que llevarlas en el maletero.
Después de esta introducción, nuestro primer destino: Santa Barbara.
Sin haber dormido, a penas en el avión, y con el jet lag apoderándose de nosotros, llegamos a las 8 pm a casa de Christie y John Gabbert, un matrimonio encantador que nos ofreció una habitación en su casa, a través de Airbnd, en un barrio residencial de Santa Barbara, donde solo viven mayores de 55 años. Algo bastante típico en EEUU, donde la gente se asegura una buena jubilación en zonas tranquilas donde los niños y los jóvenes no tienen cabida.
Ni siquiera cenamos. Una ducha y a dormir. Teníamos que recuperar el sueño lo antes posible si no queríamos estar los próximos días arrastrado el cansancio.
Sábado 9 de agosto
A las 8 de la mañana del sábado, un copioso desayuno al más puro estilo americano nos esperaba en la mesa de la cocina. John nos había preparado unas deliciosas tortitas, huevos revueltos y un crujiente bacon. Frascos de sirope, crema de cacahuete, mermelada de uva y una garrafa de zumo de naranja llenaban la mesa como en tantas ocasiones hemos visto en miles de películas norte americanas.
Aunque poco tiempo, la estancia en casa de los Gabbert, fue una experiencia inolvidable y nuestro primer contacto con Estados Unidos.
Seguimos nuestro camino hacia el norte, dirección San Francisco, atravesando la región de la Costa Central por la Hwy. 1, carretera que discurre paralela a la costa del Pacífico por paisajes solo habitados por colonias de elefantes y leones marinos a excepción de unas pocas poblaciones de tradición pesquera como Morro Bay. Su pico volcánico que sobresale del suelo oceánico y el estuario que sirve de cobijo para varias especies de animales como pelícanos, nutrias y elefantes marinos son la seña de identidad de la ciudad.
Unos 10 kilómetros más al norte encontramos Cayucos cuya calle principal nos trasladó a una ciudad fronteriza del lejano oeste, pero con las fuertes olas del Pacífico rompiendo en su interminable playa, reclamo para surferos.
En Sea Shanty, al inicio de la calle principal, entramos a comer unos fish and frites para calmar el apetito antes de seguir el camino. Aquí empezó nuestra ruta gastronómica around the world, con un plato típicamente inglés.
Antes de llegar al Faro de Piedras Blancas, en una playa solitaria y azotada por el viento, se ubica un punto panorámico desde el que se puede observar una colonia protegida de elefantes marinos. El verano no es la mejor época para verlos ya que migran en busca de alimentos, pero las hembras vuelven a las playas a principio de esta temporada y aprovechan el sol para descansar en la arena de la playa.
El tramo hasta Monterey está lleno de miradores desde los que se pueden ir haciendo paradas para ver la inmensidad del Pacífico y las bruma que lo dominan a primera hora de la mañana y al atardecer. Es la zona del Big Sur, denominada así debido al modo que los españoles que vivían en Carmel llamaban a este páramo, el país grande del sur.
Ardillas californianas abarrotan alguno de los miradores sin ningún temor a los humanos, deseando que algún trozo de comida caída de sus manos para rápidamente llevárselo a la boca.
Llegamos a Olympia Lodge al atardecer. Ubicado en Pacific Grove, un barrio residencial a muy pocos kilómetros de Monterey, es un motel muy agradable y limpio en perfecta sintonía con la arquitectura local.
Nuestro segundo destino gastronómico nos llevó hasta Tailandia en el restaurante Thai Cuisine de Pacific Grove. Cenamos noodles, pollo con verduras y arroz acompañado de una cerveza Shinga, rememorando antiguos viajes al otro lado del Pacífico.
Una enorme cama king size nos esperaba en el Olympia Lodge.
Domingo 10 de agosto
Las frías aguas que emanan de las profundidades del océano influyen en las nieblas que a menudo cubren la costa en verano.
Monterey amaneció así, cubierto de una espesa niebla que mojaba y que daba la sensación de que no desaparecería en todo el día, pero a medida que pasaban las horas, el cielo se iba abriendo dejando un día claro y soleado.
Monterey es conocida por su gran acuario, pero la visita puede llevarte un día entero, tiempo que nosotros preferimos pasar paseando por la Cannery Row, antigua industria del enlatado de sardinas de la primera mitad del siglo XX hoy convertido en centro turístico atestado de restaurantes y tiendas, y por el Fisherman’s Wharf desde donde puede verse una colonia de escandalosos leones marinos tomando el sol en alguna de las plataformas del embarcadero.
Siguiendo la Hwy. 1, llegamos a Santa Cruz, población costera joven y moderna donde el movimiento hippy y punkie se mezcla el estilo surfero y de estudiantes de la universidad californiana de Santa Cruz.
Sus interminables playas atraen a miles de turistas que aunque algo más cálidas que las de Monterey, rondan los 14º por lo que, igualmente, es necesario llevar traje de neopreno.
En su paseo marítimo se encuentra ubicada una feria que data de 1907, convirtiéndolo en el parque de ocio más antiguo de la costa oeste. Entre las atracciones más conocidas está la montaña rusa Giant Dipper, construida en madera en el año 1924, y el tiovivo Loof, del 1911. El ambiente es del más puro estilo americano y los fast foods abarrotan el paseo ofreciendo todo tipo de alimentos hipercalóricos bañados en las más variadas salsas y condimentos.
De vuelta al coche, aprovechamos para comer unos tacos y unos burritos mexicanos en la céntrica calle de Pacific Avenue, una de las arterias principales de la ciudad.
Para llegar hasta San Francisco teníamos dos posibilidades, ir dirección San Jose y Palo Alto, capitales de Silicon Valley y cuna de las empresas punteras en tecnología y seguir la carretera paralela a la costa de la bahía. O seguir por la Hwy. 1 y las playas desérticas de la costa. Escogimos la segunda opción.
Unos 40 kilómetros al norte, el Pigeon Point Light Station ofrece un buen punto para el avistamiento de ballenas grises. Como requiere mucho tiempo y paciencia, nosotros nos tuvimos que conformar con algunos ejemplares de leones marinos. El lugar es muy evocador y en el pie del mismo faro hay ubicado un hostal considerado uno de los mejores del estado. Viendo el paisaje que lo rodea, poco me cuesta creerlo.
Poco más de un kilómetro antes de llegar al desvío de Pescadero, se encuentra Pebble Beach, una pequeña playa llena de diminutas piedras de jade, ágatas y cornalinas erosionadas por el agua y transportadas desde el fondo marino por el oleaje.
Al atardecer el cielo vuelve a nublarse y el aire sopla con fuerza en la costa.
A las 7 pm, llegamos a casa de Derek y Robert en un barrio periférico de San Francisco donde pasaremos las próximas cuatro noches y que también encontramos vía Airbnd.
Es una casa típicamente americana, donde han habilitado el sótano como cuarto de invitados. Disponemos de cafetera en la habitación, lavabo privado y parking, además de tener acceso a la cocina y a la ducha compartida con los dueños de la casa.
Para no tener que salir a cenar, decidimos pedir comida china a domicilio. Pensábamos que una ensalada sería una buena opción para contrarrestar los efectos de las calorías de estos días, pero la salsa del sabor que sea no podía faltar como aliño… Como hecho de menos el aceite de oliva…
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