Avanzada la década de 1990, cuando todavía algunos soñadores de pesadillas creían que la desaparición de la Unión Soviética traería el desmembramiento por hambre de Rusia, Adam Schaff visitó Costa Rica y una casualidad me permitió el privilegio de asistir a un almuerzo en el que este filósofo marxista polaco departió con un grupo no mayor de diez personas.
No confío en mi memoria lo suficiente como para intentar reproducir con fidelidad sus palabras, pero sí recuerdo algunas de sus ideas, en particular las que tenían que ver con lo que hoy se revela como una profecía acertada por lo menos en parte.
Tómese en cuenta que todavía no se había consumado la tabla rasa que Estados Unidos y sus aliados impondrían en Irak y Afganistán, ni se vislumbraban aún las “primaveras” que traerían –por buenas o malas razones– la creciente desestabilización del Oriente cercano y África del Norte.
Mucho menos, desde luego, se podían predecir la conversión de Libia en un caótico y explosivo desierto tribal y la desarticulación de Siria que vino a facilitar la creación del ISIS.
En una parte importante de su exposición espontánea, el filósofo hoy desaparecido refirió una visión –profética, insisto– de las oleadas de migrantes que pondrían a Europa en una situación insostenible.
En algún momento anunció que, por comparación, la invasión migratoria a través del Mediterráneo convertiría la frontera mexicana-estadounidense en un juego de niños y despertaría entre Malta y Noruega un clima de xenofobia nunca antes visto en el viejo continente.
Sin imaginar que unos veinte años después se me presentarían como algo más que fantasías, aquellos augurios se me parecieron a ciertas invectivas bíblicas que, sin entenderlas demasiado, había leído en mi juventud, y me dije que el mayor peligro estaba en la otra mejilla de Casandra.
Al parecer, Adam Schaff creía que la proyectada balcanización de Rusia iba a resultar exitosa y lo peor le vendría a Europa desde el este en la forma de una migración aún más incontenible.
Aseguró que el mismo Lech Walesa había afirmado que él permitiría que se abriera a través de Polonia un corredor para que la “invasión eslava” proveniente de Belarus, Ucrania y Rusia agobiadas por las hambrunas, no parase hasta llegar a Francia, Italia y Alemania.
Algo dijo, creo recordar, a propósito de los visigodos y de los hunos, pero lo importante es que, al menos por el momento, la vertiente mediterránea de la profecía que escuché aquel mediodía se está cumpliendo con creces. Colaboración especial para LatinPress®. http://www.latinpress.es