Es domingo. La tarde cae en medio de una cuarentena que no te deja saber si es lunes o jueves, abril o diciembre. De repente suena el teléfono: me ha llamado mi marquetera. Suena gracioso pero en mi caso tengo marquetera de confianza porque uno no puede ir, así como así, dejando los cuadros en manos de cualquiera.
Me ha dicho que desde mañana comienzan a trabajar, "a puerta cerrada don Daniel, pero comenzamos a trabajar". Menciona además, como de paso, que si quiero ella puede venir hasta mi casa a recoger lo que necesite enmarcar.
Le digo que sí, que claro, que sigo en casa en cuarentena, pero que la espero para entregarle un par de cuadros que tengo para enmarcar. Aquí estaré cuando pueda venir.
Dafnis (tiene nombre de historia antigua, aunque según me dijo ella nunca ha leído el libro que lo cuenta), me ha dado las gracias con esperanza. No ha habido trabajo en un montón de semanas, y ese par de cuadros serán por lo menos un comienzo.
"Mañana mismo voy, don Daniel," me dice.
Quizás mis pinturas no sean buenas, quizás a nadie gusten.
Pero a mi marquetera y a mí nos han dado lo mismo: Consuelo en medio del miedo. Tal vez no sea mucho, pero para mi ya es un comienzo.