Revista Viajes

Cotiella

Por Javieragra

Allá en la lejanía de mi infancia, en la escuela de Acisa de Las Arrimadas, escuchaba al maestro contar historias de los Pirineos que bullían por mi cabeza haciendo cabriolas y senderos infinitos. Cuando me hice adulto y recorrí varias de sus cumbres, ibones, collados, escarpadas laderas… entendí la lumbre que ardía en mi corazón infantil.

El Circo de Armeña participa de esta inmensidad casi interminable del pirineo aragonés, tal vez otro capítulo que prende en mi corazón como una narración inacabada. Aquí está El Cotiella, inmenso y sublime, de paredones calcáreos capaces de abrazar al montañero con la corpulencia de sus pedregosas manos. No es el más visitado pues no alcanza los tres mil metros y esa contingencia retrae a numerosos coleccionistas de alturas.

COTIELLA

Hemos aparcado el coche en una amplia pradera. El sendero avanza entre pinares, mariposas, fresas silvestres…

Podréis leer, en otras páginas, ascensiones invernales o nevadas. Yo soy montañero, para los Pirineos, de poca nieve. Esta ascensión fue con tiempo calmado, brillante sol, ausencia de nieve. Desde la localidad de Seira con la serenidad del río Ésera en el corazón, salimos en el coche en dirección a Barbaruens y después en busca del Collado de Coronas y Plan hasta donde no es necesario llegar, las sendas a esta altura son entretenidas y peleonas. Verdor y prudencia envuelven la marcha hasta una explanada habilitada para dejar el coche un par de días.

Hoy queremos llegar hasta el Refugio de Armeña. Desde la pradera observamos a nuestra derecha un cartel que indica la senda que hemos de recorrer entre pinares y serval. La pendiente se hace pronunciada de inmediato entre el zigzagueo de la trazada senda. Silencio y rumor de aves son nuestra compañía, el corazón se queda un poco prendido de la inmensidad y la inmensidad abraza toda nuestra existencia. Pienso que nuestras paradas montaña arriba son para hacernos conscientes de la grandiosidad del entorno que nos acuna.

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Desde el Collado del Ibón la vista se engrandece.

Entre riachuelos de lejana musicalidad, el abismo se precipita a nuestra derecha, el asombro de las vistas se instala en el alma de los montañeros. Cada paso es una pequeña victoria y una nueva costura que nos pega a la naturaleza infinita y sublime. Por aquí corre el sarrio siempre silencioso y veloz, el majestuoso bucardo de interminable cornamenta. El quebrantahuesos esconde sus círculos en el cielo, mientras la perdiz nival se asiente sin muchas precauciones, tal vez su experiencia le ha enseñado que los montañeros guardamos la fuerza para la ruta de ascenso.

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Ibón de Armeña. En sus aguas serenamente frías me zambullí unos instantes.

Llegamos al Collado del Ibón. Hace mucho tiempo que vimos en varias ocasiones la cumbre del Cotiella. Desde el Collado divisamos el Refugio, el Ibón, el final del pinar, la inmensidad. Hemos de descender unos metros, el Ibón de Armeña queda a nuestra izquierda acogedor y entusiasmado por nuestra presencia. Resulta difícil no quitarse la ropa y zambullirnos un instante en sus límpidas aguas llenas de vida y sosegada quietud.

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El Refugio de Armeña, sin guarda, tiene capacidad para algo más de veinte personas.

El Refugio de Armeña es una construcción para algo más de una veintena de montañeros, sin guarda; a esta altura de montaña, más de mil ochocientos metros, y después de un intenso esfuerzo, las personas que deciden pasar la noche en este lugar somos suficientemente cuidadosos, de modo que el Refugio de Armeña es apacible para quedarnos a contemplar la puesta de sol y ocupar una litera esta noche.

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Desde la cima veremos, en la lejanía, El Perdido, La Munia… eso será mañana.

Javier Agra


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