

Paula Grande
Si, como yo, sois de las que vais de tiendas semana sí, semana también, para ver las novedades de la temporada, ya os habréis dado cuenta de que estamos en pleno revival setentero. Faldas hasta los tobillos, grandes bufandas y fulares, jerséis de punto grueso, botas planas de cordones… En cuanto a la peluquería, confieso que aquí estoy más alejada de las tendencias, pero no he podido dejar de notar que se lleva el pelo con grandes ondas y movimiento. Las dos corrientes-fashion unidas me hacen pensar inevitablemente en Farrah Fawcett y Lauren Hutton.


La cuestión es que yo no soy ninguna de las dos. Desgraciadamente. Ni siquiera me parezco lo más mínimo. Ellas se encuadran en esa clase de mujeres a las que cualquier trapo les queda bien (bueno, casi cualquiera, que hay prendas que no se salvan ni con la mejor percha).

Y a mi… me sucede más bien todo lo contrario.
No penséis que hablo por hablar. En absoluto. Lo he probado. Esa y otras muchas cosas (en el campo de la moda, malpensadas). No es que yo haya sido de una de esas chicas que adoptan, en sucesivas temporadas, diferentes estilos (grunge, hippy, gótica…). No, yo los probaba la misma semana, hasta tal punto que mis amigas me llamaban cariñosamente barbie: ayer barbie deportista, hoy barbie ejecutiva, mañana barbie campestre…

Y claro, no todos me favorecían. Concretamente el rollo country-hippy me sentaba como un tiro, pero allá iba yo, más ancha que larga (literalmente hablando), envuelta en un jersey que podría haber compartido con mi mejor amiga (simultánea, no alternativamente), arriesgando mi integridad física con faldas que, eso sí, dejaban las aceras relucientes a mi paso y, por decirlo en una sola frase: disfrazada de figurante en “Jesucristo superstar” (versión Camilo Sesto, por supuesto).






Por cierto, que lo de las ovejitas me ha hecho pensar en Carmen Sevilla. Pero de ella y otros iconos patrios prometo hablar otro día.
Hasta la próxima semana.