Por Ramón López de Lucio
El artículo de Paisaje Transversal, publicado a
finales de abril 2020, comienza con una aseveración radicalmente cierta a la
vez que potencialmente trágica, caso de que la pandemia se prolongue y se acabe
instalando una “nueva normalidad” que nada tenga que ver con las experiencias y
la vida cotidiana de la ciudad que hemos conocido durante toda nuestra vida
hasta comienzos de Marzo de este año: “la pandemia actúa contra la idea misma
de ciudad, atacando a priori la esencia misma de nuestros modelos urbanos”.
Exactamente, como en las pestes antiguas, la pandemia se
ceba con las grandes ciudades, más cuanto mayor sea su tamaño, su densidad,
complejidad e interconexiones con otras realidades urbano-metropolitanas
semejantes.
Como en las pestes antiguas, el campo, el aislamiento autosuficiente en pequeñas aldeas o en
explotaciones agrícolas señoriales, es el mejor seguro frente al contagio y los
riesgos de la ciudad. La diferencia en la actualidad es que el campo ya no representa al 90% de la población mundial, como sucedía hasta mediados del
siglo XX, sino a cifras rápidamente decrecientes. El presente y el futuro de la
especie humana se juega en las ciudades y en las grandes áreas metropolitanas.
El recurso al medio rural es cada vez más el privilegio de
ese 0,1% que puede optar por su loft neoyorquino, su mansión victoriana
londinense o su isla privada en el Caribe. Además, desde luego, por esa fracción empobrecida de las
sociedades africanas o sudamericanas que no encuentra acomodo en el mundo
urbano de sus países.
Pero hay otra diferencia significativa respecto a las pandemias del pasado. La tecnología
actual de las telecomunicaciones permite en algunos sectores el teletrabajo,
aunque habitualmente siempre con determinadas restricciones a favor de los
contactos físicos más o menos pautados; con la proximidad relativa como valor
añadido, tanto más significativo cuanto mayores sean los niveles de
responsabilidad y posicionamiento jerárquico en las escalas corporativas.
Es cierto que las multitudes ya no se congregan en la
catedral a implorar la intercesión divina en la solución de sus problemas
sanitarios. Las personas hablan, trabajan, se relacionan e incluso se consuelan
a distancia, desde el aislamiento.
Sin embargo proporciones aún significativas de la población
siguen trabajando presencialmente en una serie de sectores básicos: en los
servicios avanzados (banca, consultorías, etc.), en la administración y la
política, en servicios esenciales para la población (sanidad, educación,
cuidado de las personas mayores), en el mantenimiento de los servicios
infraestructurales básicos (transporte público urbano e interurbano, energía,
agua, depuración, etc.), en el transporte de mercancías, distribución y
logística, en la agricultura intensiva y extensiva, en el mantenimiento de los
servicios urbanosindispensables ( limpieza,
seguridad y orden público, jardinería, etc.), en las infraestructurasy equipamientos turísticos (tan afectados por
esta crisis).
En todo caso la utopía
ruralista de unas sociedades que renegaran masivamente de su condición
urbana, que intentaran establecerse en ambientes semirurales con densidades muy
bajas, interconectadas por medios telemáticos y dependientes generalizadamente
de la movilidad privada para la vida cotidiana de la mayoría de sus integrantes
(relaciones sociales y laborales imprescindibles, educación en sus distintos
niveles, cuidados sanitarios y gerontológicos, gestiones habituales, deporte y
ocio, etc.) supondría con toda seguridad un notable agravamiento de las crisis
medioambiental y climática que tantos científicos relacionan estrechamente con
la crisis sanitaria actual y con otras posibles pandemias en futuros cada vez
mas amenazadores y cercanos.
El consumo de territorio virgen y las necesidades de
inmensas infraestructuras de urbanización de todo tipo, el consumo de agua,
combustibles fósiles y/oenergía
eléctrica, la gestión de los residuos sólidos y líquidos, la alteración de
porcentajes crecientes de los cada vez más escasos ecosistemas naturales, la
contaminación de suelos, aguas y atmósfera, etcétera, etcétera, harían de esta
salida una falsa alternativa que agravaría aún más
los actuales e insostenibles impactos medioambientales, acercando el colapso
climático y acelerando la extinción masiva de especies animales y vegetales en
que estamos instalados hace decenios.
En fin, una salida posiblemente aceptable en un planeta con
500 millones de seres humanos pero no con los 7700 millones actuales o los
cerca de 10 mil millones previstos para mediados del siglo XXI.
Si esa utopía
ruralista no parece convincente, menos lo es aún la salida “business as
usual”, que, desafortunadamente es muy probable que sea la que triunfe,
como sucedió después de la crisis financiera del 2008.
El retomar dentro de unos meses o de un año la senda de la
hiperespecialización productiva (China, la fábrica del mundo, incluidos los
virus), la profundización en la globalización y el libre comercio desregulado,
la destrucción de los ecosistemas, la movilidad incesante, el consumo acelerado
de energía y, en general, el consumismo a escala planetaria es una solución
suicida. Los incendios del año 2019, la rápida evolución al alza de las
temperaturas (hoy, 3 de mayo, 35º en Sevilla, por poner solo un ejemplo), las
incesantes estadísticas sobre el ritmo de extinción de especies animales, la
pandemia global de la COVID-19 que ha paralizado el mundo, etc., son avisos de
una claridad y gravedad innegable.
La salida
necesaria, también utópica dada la importancia de las transformaciones
imprescindibles, parece sin embargo la única posible, la única realista de
cara a la supervivencia de la especie y las esperanzas de una felicidad y bienestar
razonables para una amplia mayoría de la población del planeta. Estas serían
algunos de sus presupuestos básicos.
La apuesta por un sistema inclusivo y solidario a
escala global es la condición de partida. Tanto la crisis climática como la
sanitaria, la migratoria y la alimentaria tienen dimensiones planetarias. La
subida de las temperaturas no se puede detener desde un simple plan de
transición energética en Alemania o en el conjunto de la Unión Europea, por
ambicioso que sea. Como tampoco se pueden poner fronteras a los virus ni a los
grandes movimientos de población impulsados por la guerra, el hambre y la
radical diferencia de oportunidades y riqueza.
Este sistema inclusivo y solidario deberá tener programas a
escala de las ciudades, las áreas metropolitanas, las regiones, los países y
los continentes. Solo de esta manera se solucionarán las insoportables
tensiones migratorias e, incluso, las exageradas tasas de natalidad que,
paradójicamente, caracterizan las situaciones de extrema pobreza.
A escala de los países, las federaciones de países y
otras formas de cooperacióninterestatal, se deberán privilegiar los sistemas públicos que
aseguren las atenciones básicas al conjunto de la población: los servicios
sanitarios (como se acaba de comprobar en la actual crisis), la educación y la
investigación, el acceso al aguay la
atención a niños y ancianos. Así como regular de manera eficaz el acceso a la
vivienda a precios (alquiler, adquisición) razonables y proporcionados a los
niveles salariales.
La crisis sanitaria también ha venido a poner en
candelero la importancia de asegurar algunas formas de autonomía básica: al
menos la autonomía alimentarias, médico-farmacéutica, de suministro de agua y
energía, a escala de países y/o federaciones. La extremada dependencia
actual de un único país de algunos productos básicos (mascarillas, respiradores,
etc.) esta probando cumplidamente sus
gravísimos riesgos.
Por fin, en términos urbanos y territoriales, pienso que
se debe seguir apostando por los valores de la proximidad, por la promoción
de los modos de transporte limpios (peatonal, ciclista, transporte público),
de solidaridad y sentimientos de pertenencia locales y barriales, por la
complejidad social y funcional y la tolerancia. Todo ello sin desconocer,
por supuesto, las posibilidades y complementariedad que abren los modos
digitales de trabajo, relacióny
consumo.
Si se cumplen las condiciones apuntadas en los puntos
anteriores (servicios públicos eficientes, autonomías básicas, etc.), este
modelo de ciudad podrá asegurar la defensa frente a futuros riesgos, así como
facilitar que se resuelvan las grandes crisis sistémicas actuales (clima,
destrucción de ecosistemas, extinción de especies, etc.).
La apuesta es ciertamente difícil, pero pienso que proporcionada
a la extremada gravedad de las amenazas que se ciernen sobre la especie humana.
Sería la prueba definitiva de que, los que alegremente nos autodenominamos
“sapiens”, merecemos ese calificativo por algo más que por ser capaces de adornar
nuestras vidas de objetos, actividades y comportamientos superfluos, seguramente
innecesarios y con harta frecuencia altamente nocivos.
Ramón López de Lucio es arquitecto-urbanista, Doctor en Planeamiento Urbano y excatedrático de Planeamiento Urbanístico en la E.T.S. de Arquitectura de Madrid. Cuenta con una extensa práctica profesional en los terrenos del planeamiento y el diseño urbano en Madrid, Galicia y País Vasco, siendo autor de numerosas publicaciones sobre Urbanismo.
Puedes consultar todos los artículos escritos por Ramón López de Lucio en el blog de Paisaje Transversal haciendo clic aquí.
Más contenidos sobre COVID-19, ciudad y urbanismo
Durante estas semanas estamos publicando diferentes reflexiones y contenidos sobre el impacto del coronavirus en el futuro de nuestras ciudades y del urbanismo.
Puedes consultar estos contenidos en el siguiente enlace:
https://www.paisajetransversal.org/search/label/COVID-19
Además, desde el inicio del confinamiento estamos publicando artículos y contenidos a través de nuestra cuenta en Twitter @paistransversal. Puedes consultar el hilo que hemos creado donde los centralizamos aquí.
Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Tras el huracán Sandy la Administración de Obama puso en marcha el concurso Rebuild by design que tenía como objetivo repensar el modelo urbano de Nueva York a través de la resiliencia para adaptar la ciudad a los efectos e impactos de la crisis climática (fuente: BIG por cortesía de la Holcim Foundation)
Imagen 2: Evolución histórica de las pandemias (fuente: Infobae)
Imagen 3: Tipologías urbanas vinculadas a la densidad que aparecen en el libro Towards an Urban Renaissance (fuente: UK Urban Task Force)
Imagen 4: Riesgos climáticos asociados al aumento de la temperatura provocado por el calentamiento global (fuente: WWF)
Imagen: Esquema de ciudades resilientes vinculadas a la economía circular (fuente: Deltares)
Revista Arquitectura
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