El otro día, en clase de Filosofía, puse como ejemplo el experimento de Schrödinger. Lo puse, como les digo, para explicar la física cuántica. El experimento consiste en encerrar a un gato en una caja junto con una botella de veneno. Esa botella tiene una partícula radioactiva como tapón. Si el tapón se desintegra, el gato inhalará el veneno y morirá. Si no se desintegra, el gato vivirá. Acto seguido, pregunté a mis alumnos: ¿Cómo sabremos si el gato está vivo o muerto? Un alumno, respondió: "abriremos la caja y lo comprobaremos". Y ¿si no abrimos la caja?, le repliqué. No lo podremos saber. Pero lo cierto y verdad, replicó otro alumno, en ese supuesto el gato estará vivo y muerto al mismo tiempo. Existirá, por tanto, según dijo Schrödinger, una paradoja. Una paradoja que responderá al comportamiento del felino cuando no lo observamos. Y eso, precisamente, ilustra la física cuántica: estudiar cómo se comportará aquello que no podemos ver.
El coronavirus, sin ir más lejos, guarda paralelismos con el experimento de Schrödinger. Y los guarda, salvando las distancias, porque es invisible al ojo humano y, en ocasiones, asintomático. Dentro del cuerpo, salvo que la carga viral active la sintomatología, existe una paradoja que se cumple a rajatabla. Y esa paradoja no es otra que estar sano y enfermo, de Covid, al mismo tiempo. Solo mediante la comprobación - solo mediante una PCR u otra prueba similar - sabremos si Juan o Jacinto, en concreto, están sanos o infectados. Lo mismo que ocurre cuando abrimos la caja del gato para saber si está vivo o muerto. En realidad cuántica, un electrón estará en todos los sitios al mismo tiempo. Tanto es así que un electrón de mi mesa, por ejemplo, estará a su vez en millones de mesas por el mundo. Así las cosas, solo sabremos donde se encuentra, si observamos una mesa en concreto. Si no, será imposible saber donde se halla.
Algo parecido ocurre con el Covid. Mientras no resulta observado, en un cuerpo concreto, no sabemos donde se sitúa. Este fenómeno se llama "principio de superposición". Un principio que nos conduce hacia una realidad indeterminada. Solo cuando comprobamos la existencia del virus en un huésped concreto - Juan, Pepito o Andrés, por ejemplo - podemos determinar esa realidad posible pero, por desgracia, no podemos determinar la realidad en sí misma. Esta indeterminación hace que la realidad - el virus - esté, al mismo tiempo, en todos los sitios posibles. Siguiendo con este razonamiento, llegamos al "principio de la medida". Si la realidad está, por tanto, determinada por la observación. Si esta nos conduce a la detección de las realidades concretas, nunca sabremos que realidad será la observada. Nunca sabremos, a priori, si alguien está sano o infectado. Esta realidad impredecible nos sitúa ante la incertidumbre. Una incertidumbre que disminuye con la mayor comprobación de las realidades posibles.