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CR9, o la insoportable pesadez del ser

Publicado el 05 junio 2010 por Damsam
CR9, o la insoportable pesadez del ser

Es muy difícil contemplar una obra de arte y abstraerse completamente de su autor para centrarse en la creación. Yo diría que imposible. Es más, de la naturaleza del artista brota el arte y queda salpicado con las manías, ideas, pasiones o fobias del genio que lo crea. Es por esto que, en medio de un contexto tan personal, el observador, suele posicionarse ante lo contemplado. Para hacerlo suyo o para no quererlo, porque el público posee su alma y su persona, y puede rechazar o aceptar al artista que contempla.

Pues bien, he aquí que Cristiano Ronaldo es un artista. Sin duda. Un privilegiado del balón. Sin duda. Un futbolista total, capaz de inventar, imaginar y crear como pocos dentro de las líneas de cal. No hay discusión. Por tanto, los gourmets del fútbol están llamados a disfrutar de las delicatessen del delantero merengue-portugués. Ahora bien, tengo la sensación de que muy pocos, quizá sólo los seguidores del equipo en que milita, pueden llegar a identificarse con él. Y no todos.

Ronaldo destila egoísmo, emana superioridad y prepotencia, y vende divismo a cada paso que da. Encantado de haberse conocido y pagado de si mismo al cien por cien, resulta infalible. Es más, tiene la capacidad de enmendar los entuertos ajenos. Él. De ponerse el equipo a la espalda. Él. Y de acaparar todas las miradas, focos y elogios. Si, él. A Ronaldo le interesa una cosa sobre todas las cosas. Si, él. En él se hace carne una paradoja; fútbol, juego en equipo sin el equipo.

Recientemente en declaraciones a una televisión portuguesa Cristiano nos regala perlas inconmensurables. “He llegado al tope del mundo, ahora quiero ser eterno”, o “adoro quien soy”. Ahí es nada. Son frases que resbalan en los oídos de los seguidores sin grasa previa y chirrían. Son frases que saltan las vallas publicitarias y llegan hasta las gradas, y en el interior del tímpano de cada seguidor, retumban: “yo soy un dios, y vosotros pobres mortales sólo podéis adorarme”. Algo parecido debe llegarles a sus compañeros, barrunto.

CR9 quiere ser eterno, lo desea con ansia. Se le queda pequeño el ahora, y necesita sobrepasar los confines del tiempo para no morir nunca. Aspira pues a la inmortalidad, y eso sólo es posible de un modo, siendo el mejor de entre los mejores. Pero he aquí que el destino (oh terrible y traicionero) ha querido que en la época del emperador Ronaldo II, el Grande, exista un menudo argentino, afincado en Cataluña desde hace varios años, con nariz prominente, andar desgarbado, mirada avispada y verbo torpe Y sin un gramo de gomina en la sesera.

Ese chiquitajo es su antagonista natural, el espejo que a Ronaldo le escupe la imagen de lo que no es. Ese pibe sencillo y callado, que sin aspirar más que a jugar a balompié se encontró dotado del don de la magia. Un futbolista que no alardea, ni presume; que se sonroja cuando le premian y que agacha la mirada si le piropean. Que cuando le comparan responde que jamás nadie superará a D10s, y que, siendo el único en su especie toca y corre, y juega y hace jugar sin otra pretensión que el gol.

Ay Cristiano. Todo su ser da vueltas sobre sí mismo, y necesita poseer cada cosa: la victoria, el trono y la belleza. Su drama es que no puede otorgarse a si mismo cuánto desea. Porque a día de hoy, y aunque su megalomanía le ciegue, todos saben que el trono es del humilde Rey mendigo. El astro es Messi, quien no se auto-proclama, sino que es descubierto en lo más alto de forma natural y (quasi)unánime. Esa es la tragedia de Cristiano. Esa es la insoportable pesadez de su ser.

-Rafa Sanahuja-


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