La realidad se distorsiona. Los sentidos no son capaces de transmitir fielmente lo que perciben y parece que algo falla, como si hiciera “crack”, pero no como si se rompiese una rama de madera seca sino, más bien, como si se quebrase una barra de hierro, con ciertos matices metálicos que hacen aún más confuso y estresante saber dónde está el problema, una especie de “crackn”. Hoy en día, con tanta tecnología por todas partes, parece que los problemas mecánicos nos importan menos que los tecnológicos. Si se rompe la carcasa no importa, pero si se rompe algo por dentro del aparato nos volvemos medio locos.
Algo así sucede conmigo y con mi cuerpo. Está todo distorsionado y muy raro, con una apariencia completamente diferente y ya ha sonado “crackn” varias veces, lo cual es preocupante porque en el taller no tienen ni idea de qué camino seguir para resolver el problema, van a contrarreloj y cada minuto cuenta, cada “crackn” supone una reunión técnica de especialistas a ver si alguien tiene una idea nueva o alguna versión mejorada de una idea vieja. Pero no. Nadie tiene nada. Discuten y argumentan, mueven las manos, se levantan y parecen elevar la voz, sudan, tosen, se turnan para usar la pizarra y llenarla de indescifrables fórmulas y siguen así hasta que termina la reunión. Entonces, durante unos instantes, permanecen en sus sillones derrotados y cabizbajos, preguntándose ellos también porqué es todo tan injusto y cómo es posible que tantos cerebros importantes pensando en una única dirección no encuentren la solución del problema.
Al salir de la reunión ya se les ha pasado el mal rato y van con las cabezas altas y el espíritu en calma, como si hubiesen resuelto algo. Imagino que parte de su misión es que los demás crean que hacen bien su trabajo para mantener alta la moral de la tropa porque si los encargados de pensar fracasan a la hora de pensar, entonces no parece muy lógico creer en nada y más nos vale a todos abandonar el barco. Sobre todo si seguimos escuchando “crackn” por aquí y por allá.
Así que en estas circunstancias estamos. Con pocos puntos de optimismo pero los suficientes como para que todavía valga la pena vivir. Yo creo que hacen falta muchos “crackn” para hacerme bajar los brazos. No sé si creo en los sesudos pensadores encargados de encontrar una solución al problema, pero está bien saber que lo siguen intentando. En lo que sí creo es en mí mismo y en mi deseo de vivir bien mientras viva. El maldito cáncer no se va a salir con la suya y no va a convertir mi vida en un infierno distorsionado y sin sentido. El muy tonto no sabe que en la distorsión también se encuentra la belleza, como en las imágenes que ilustran el post de hoy, así que por ese camino no tiene cómo atacar.
Mientras exista gente a la que amo y gente a la que importo, valdrá la pena seguir vivo. No me cabe ninguna duda.
Y para los dolores, morfina.