Revista Viajes
Este nuevo día en Cracovia amanecía nublado y algo plomizo aunque acompañado de muy buenas temperaturas. Desafortunadamente el astro rey había decidido privarnos de esa luz tan maravillosa que siempre favorece unas buenas fotografías. Tras recorrer el día anterior los principales monumentos de la ciudad -leer aquí el post de Cracovia-, el objetivo principal de este segundo día era visitar las Minas de Sal de Wieliczka, y para ello habíamos reservado la visita guiada en español a primera hora de la tarde, algo casi imprescindible en temporada alta ya que las visitas en español están limitadas. Si no se reserva con antelación se corre el riesgo de tener que hacerla en polaco o con suerte en inglés. Mientras llegaba la hora, y ya que la parada de autobús que va al pueblo de Wieliczka se encontraba muy cercana a la Plaza del Mercado, decidimos pasar parte de la mañana disfrutando de la enorme y preciosa plaza, de sus edificios emblemáticos, de sus bonitas calles adyacentes y de alguna que otra cervecita en las terrazas que rodean la plaza.
Merece pararse a contemplar con detalle los cuidados y numerosos carruajes que esperan clientes en la Plaza del Mercado de Cracovia. Son uno de los símbolos de la ciudad vieja y tanto los coches como los engalanados caballos -e incluso los cocheros- estaban perfectamente conjuntados, cada carruaje con su color distintivo. Un entretenido pasatiempo mientras disfrutábamos de nuestras cervezas polacas.
Abandonamos la Plaza del Mercado de Cracovia en busca de la parada de autobús que a la postre nos acercaría hasta las Minas de Sal de Wieliczka. Preferimos este medio de transporte al tren ya que tiene más frecuencia y nos encajaba mejor en el horario. La línea de autobús número 304, que tiene la parada muy cerca de la Plaza del Mercado -exactamente frente al centro comercial Galería Krakowska- te deja en Wieliczka en media hora. Cuidado con ir de polizón sin billete en el autobús porque está lleno de revisores.
Para acceder a las minas tuvimos que esperar un rato hasta que llegara la hora estipulada para el grupo de español. Como ya dije anteriormente, en época alta de turismo es más que recomendable comprar las entradas por anticipado a través de internet para no encontrarte con una sorpresa desagradable. Y otra cosa más. Hay que llevar alguna chaqueta de abrigo ya que la temperatura en el interior de la mina oscila entre los 13 a 14 grados centígrados. El acceso a la mina se hace a través de unas escaleras en una interminable bajada que poco a poco va profundizando en las entrañas de la tierra. Afortunadamente el ascenso tras la visita se efectúa en un ascensor. Nada más llegar abajo nos encontramos con nuestros primeros túneles. Estas galerías apuntaladas por innumerables arcos de madera no nos dejaron indiferente, resultan de gran belleza y a mi me proporcionaron cierta inquietud pensando en la ingente cantidad de tierra que soportaban por encima de nuestras cabezas. La visita guiada completa duró algo más de tres horas en las que conocimos diferentes salas y recorrimos muchas galerías creadas durante más de 700 años, una ínfima parte de ellas claro está.
El recorrido se encuentra salpicado de estatuas esculpidas en sal por los mineros. A su vez se pasa por diferentes cámaras con distintos tamaños, representaciones y maquetas de los trabajos que se han venido desarrollando en la mina desde siglos atrás junto a una muestra de herramientas, polipastos y otros artilugios empleados por los mineros. Y, desde luego, el premio mayor de la visita y el objeto más deseado por los turistas y por los objetivos de sus cámaras fotográficas es la impresionante Capilla de Santa Kinga, una verdadera catedral subterránea con techos de más de once metros de altura. Verdaderamente magnífica.
La Capilla de Santa Kinga posee unas dimensiones de tal magnitud que en ocasiones es utilizada para conciertos de música con aforos superiores a 400 personas, e incluso eventos especiales como bodas, y cuyo alquiler es apto sólo para los bolsillos más pudientes. Lo que más nos llamó la atención fueron sus preciosas arañas hechas en sal y que iluminan tenuemente esta gran estancia, sus muros y el altar mayor. En la parte trasera una estatua enteramente esculpida en sal de Juan Pablo II parece rezar y pedir por las personas que allí nos encontrábamos.
Más adelante, en una de las cámaras más altas de la visita pudimos comprobar con todo lujo de detalles las columnas y dinteles que sujetan las cavidades. Son unas estructuras grandiosas que se asemejan a un gran mecano pero fundamentales para evitar el hundimiento de dichas cámaras. La fuerza y la presión de los millones de toneladas de tierra sobre nuestras cabezas que debían soportar debe de ser ingente. Ya acabando la visita nos metimos en el claustrofóbico ascensor que nos devolvió a la superficie de nuevo. Un paso rápido por la tienda donde compramos unos saquitos de sal de cocina de recuerdo y nos dirigimos al pequeño pueblo donde se encuentra la Mina de Sal de Wieliczka.
Cuando acabamos de visitar las minas fuimos a dar un paseo por las calles del pequeño pueblo de Wieliczka de apenas unos miles de habitantes. Esta localidad está enclavada junto a la mina y lo más destacado de ella es la Plaza del Mercado, con su conjunto escultórico de los mineros saliendo de la mina. Un par de iglesias y algunas callejuelas con encanto es lo más destacado del pueblo. Y sin mucho más que hacer regresamos en el autobús a Cracovia para conocer otro de los monumentos más importantes de la ciudad.
Otro día intenso que comenzó recorriendo y disfrutando de la maravillosa Plaza del Mercado de Cracovia, mientras hacíamos tiempo para la hora de visita en español que teníamos reservada en las Minas de Sal de Wieliczka, y que íbamos a concluir también en Cracovia, esta vez en La Barcana. Esta construcción circular servía de defensa militar fuera de la muralla para controlar el acceso al interior de la ciudad. Actualmente sólo se conservan unos pocos tramos de muralla junto a la Torre Florianska, una torre del siglo XIV que daba entrada a la ciudad una vez pasado el filtro de La Barbacana. De esos mismos muros colgaban una buena cantidad de óleos pintados por artistas locales de variadas temáticas expuestos para la venta a turistas, músicos callejeros, puestos de artesanía y algunas terrazas de cafés que dotaban a esta parte de Cracovia de un gran ambiente.
El día lo acabamos saboreando la buena y rica gastronomía polaca. Sentados en la mesa, disfrutando del buen ambiente que la ciudad de Cracovia ofrece en la época estival, repasábamos las vivencias del día frente a alguno de los platos mas habituales en las restaurantes cercanos a las zonas turísticas, como las ricas y socorridas pierogi, una especie de empanadillas rellenas de queso y patata o bien de carne principalmente, y que son más parecidas a las gyozas japonesas que a nuestras empanadillas. Sabrosas y baratas, las acompañamos con unas generosas brochetas de carnes.
Posted in: Polonia , Viaje verano 2014 Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook