Mientras intentas dar la espalda a la miseria y la desgracia, a la vuelta de la esquina te espera la angustia besando la incapacidad. Tu voluntad se ahoga cuando quiere correr y gritar mientras el tiempo, inmóvil, disfruta con cada gota negra que cae al suelo. Incapaz de levantar la mirada, no dejan de correr esas imágenes que atormentan al impasible.
Y en la oscuridad sigue transcurriendo la vida, pelándose como una patata. Por el camino va dejando atrás la piel derramada que se vuelve huella de animal descosido. Y sintiendo el profundo dolor que produce el recuerdo nada puedes hacer para evitarlo. Aunque nuestros padres nunca nos abandonaron y a diferencia de nosotros, siempre nos espera con los brazos abiertos. Sin embargo, están muy lejos y la distancia produce pereza y la pereza somnolencia.
Sutilmente, en cada brisa de esperanza trae consigo la posibilidad. Entonces, y solamente entonces, decides sabiamente esperar el amanecer. Mientras los rayos del sol calientan el gélido muro, vas recuperando poco a poco la visión. Y cada haz de luz que penetra por la angosta brecha existente entre piedra y piedra, reduce a cenizas los barrotes de la prisión. Pronto te darás cuenta que cada aurora que gozas, una nueva y más brillante vendrá. Sin ser consciente del tiempo, se marchará para volver a correr. Y de todos los males que padece tu alma, poco a poco, tienden a desaparecer.
Cuando menos te des cuenta, aquellos mundos aplazados en el tiempo comenzarán a levantarse con pasión. Nuevos caminos, nuevos destinos, las posibilidades se multiplican exponencialmente. Maravillado giras la cabeza con vigor y ves aquella celda derruida que queda lejos del alcance de tu mano. No debes parar, pero tampoco olvidar, ya que siempre será para ti el renacimiento de una nueva vida que fluye por el río del bienestar.