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No hay pago por las cosas que dejamos
de hacer, ni por aquéllas
en que aunamos empeño y sufrimiento.
Ni siquiera es verdad —como pensaba
el buen Rilke— que empeño y sufrimiento
sean lo único válido, y no importen
las obras a que pueden dar lugar.
Ha pasado ya el tiempo de los dioses
que premiaban las obras, y también
el de aquel otro —el de Rilke—
que era suma de todas nuestras vidas:
apenas queda tiempo y ya no hay dioses
que den valor al riesgo y a las obras
logradas en la vida.
¡Qué ridícula
tarea la de escribir lo ya otros
pensaron y escribieron, repetir
como en una cadena sin final
ni principio que no hemos avanzado!
¿Qué importa un dios o muchos o su naturaleza
que nunca alcanzaremos, o qué haya
detrás de tantos nombres —cielo, muerte,
transmigración o Brahma?
Ni siquiera
sabemos si alguien mira hacia nosotros,
si la mágica luz de las estrellas
no es el brillo de unos ojos escondidos
en el espacio negro
Con todo, si eso es cierto y alguien —fuera
de aquí— nos está viendo, me imagino
que un día llegarán hasta nosotros
—¡truenos, claro!— los ecos de su risa.
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