Credulidad o escepticismo
César Ricardo Luque Santana
“Examinen fragmentos de pseudociencia y encontrarán un manto de protección, un pulgar que chupar, unas faldas a las que agarrarse. ¿Y qué ofrecemos nosotros [los científicos] a cambio? ¡Incertidumbre! ¡Inseguridad!”. Con este pensamiento, Isaac Asimov ilustra la diferencia entre ser crédulo y ser escéptico, siendo la primera parte del mismo una referencia a la actitud típica de los partidarios de lo sobrenatural, lo paranormal, la religión, el pensamiento mágico, la superstición; mientras que la segunda parte es característica del pensamiento racional filosófico y científico.
La proliferación de la literatura acerca de los sobrenatural no es menor que la de autoayuda, lo cual no es extraño toda vez que ambas posean puntos de afinidad o vasos comunicantes evidentes, pero ésta no se agota en la literatura esotérica clásica o de las mal llamadas “ciencias ocultas”, referida a cierto misticismo religioso, sino también abarca lo paranormal. Ambas tienen en común que se refieren a una serie de creencias irracionales como la existencia de seres extraterrestres entre nosotros, de fantasmas, en la astrología, los horóscopos, la adivinación, las sanaciones milagrosas y toda una gama de supersticiones que remiten a un pensamiento mágico-religioso, el cual no sólo evoca épocas primitivas, ni tampoco es privativo de zonas rurales atrasadas, sino también se halla presente de manera muy extendida en el mismo medio urbano, abarcando no sólo a gente de baja condición social y escolar, sino asimismo a personas de clase media y alta y con escolaridad universitaria. ¿Por qué en plena era de la ciencia y la tecnología están tan difundidas estas creencias irracionales e incluso antirracionales?
Desde luego que la ciencia en sí misma es insuficiente para cubrir todas las necesidades humanas, sobre todo las que son relativas a lo espiritual, por lo que algunos consideran que la ciencia y la tecnología son ajenas a ello y que por lo tanto hay que buscar lo espiritual en otra parte. La noción de lo espiritual en este sentido ha estado asociada a la religión, a lo inmaterial, a lo sobrenatural; aunque por otro lado también se ha considerado como sinónimo de consciencia y de humanidad, de manera que en esta última significación, la ciencia y la tecnología serían producto del espíritu humano, de la cultura, de la civilización. Mas sin embargo, en la mayoría de las personas prevalece el significado idealista y religioso de lo espiritual como contrapuesto y superior a lo material, por lo que en esta interpretación se le concibe envuelto en un velo de misterio accesible sólo a los iluminados, a determinados sujetos que supuestamente tienen poderes divinos o sobrenaturales. No obstante esta pretensión, lo espiritual no se reduce a la religión o a profesar un ferviente sentimiento por lo extraño y desconocido, sino que lo espiritual, como lo asumían los antiguos filósofos griegos, tiene que ver antes que nada con la actividad intelectual, con cultivar la inteligencia no sólo para hacer ciencia y tecnología, sino también para hacer filosofía, arte, política, etc., que lleven a una elevación del ser humano. Creer que sólo quien tiene creencias en lo sobrenatural en cualquiera de sus variantes es por ello espiritual, comete un exceso e incurre en una falsedad.
La actitud proclive al pensamiento mágico-religioso en muchas personas de todas las condiciones sociales y de escolaridad diferente, significa no sólo que éste no ha sucumbido ante los grandes logros científicos y tecnológicos del pasado siglo y lo que va de éste, sino que se ha mantenido incólume e incluso se ha extendido y profundizado. No sé si ello se deba a que exista alguna naturaleza humana al respecto, cosa que no creo, pues me parece más viable pensar que la explotación de dichas creencias representa un gran negocio y que ello sería suficiente motivo para su promoción constante, pero también, este tipo de creencias sirven de distractores para otros temas más significativos, con lo cual, además de permitir la sobrevivencia de un negocio muy lucrativo, sirve al mismo tiempo de instrumento para el control político, de mecanismo de enajenación. Ahora bien, el hecho de que haya gente con escolaridad universitaria partidaria de creencias en los fenómenos paranormales y en el esoterismo, no se puede inferir que éstas no sean tan cuestionables después de todo, pues esta postura implicaría admitir que la alta escolaridad es sinónimo de cultura y/o formación científica, lo cual evidentemente es falso. Las pseudociencias sólo pueden ser aceptadas por analfabetas funcionales o por gente que por algún motivo prefiere creer a saber.
Las “pruebas” que se aducen para darle credibilidad a las teorías paranormales o esotéricas son siempre endebles y contradictorias, por ejemplo, llamar “evidencia” de una nave extraterrestre a una fotografía o a una filmación de video, es incorrecto epistemológicamente hablando, además de que no se puede colegir que una nave extraña o que hace cosas extrañas en el cielo, sea necesariamente una nave de extraterrestres, no sólo porque dichas pruebas son insuficientes, sino porque los conocimientos de astrofísica, biología, química y matemáticas que tenemos lo descartan. Esto no significa negar la posibilidad de que haya vida en el universo, particularmente vida inteligente, lo cual, los científicos dedicados a estos menesteres lo consideran como una probabilidad muy grande, no sólo en el universo, sino en nuestra propia vía láctea. Igual se puede decir de las “pruebas” bajo hipnosis regresiva para “demostrar” las supuestas abducciones por extraterrestres o para las justificar creencias en la reencarnación, las cuales no demuestran nada.
Se pueden esgrimir desde luego testimonios de curaciones milagrosas, pero éstas suelen ser producto de la sugestión, de ahí que la medicina científica la utilice también en sus experimentos mediante el efecto placebo. La mayoría de los misterios tienen explicación racional y terrenal y los que escapan momentáneamente a ella son por las limitaciones de la ciencia en la actualidad,. Asimismo, hay incongruencias que debería de alertar a la gente de que están siendo víctimas de estafadores, pues cómo explicarse que alguien en la calle en un modesto puestito les ofrezca a los demás predecir el futuro o una pócima para una cura milagrosa, cuando esos “poderes” lo harían rico instantáneamente, si bien es cierto que otros estafadores como Walter Mercado si han tenido un éxito comercial innegable. Lo más preocupante no son sólo los abusos que se aprovechan de la candidez de la gente como sucede mediante los hot line de astrología y demás yerbas, o algunos programas de televisión como “Pare de sufrir” y otros por el estilo, que por cierto actúan con impunidad por la complacencia y complicidad de las autoridades, pues la Constitución Política de México señala quien no se gana la vida de forma honrada incurre en un delito; sino que lo más preocupante es el fanatismo que puede dar lugar a aberraciones como la reciente de un niño de cinco años en Brasil cuyo padrastro le introdujo decenas de agujas de coser en su cuerpecito dizque para deshacer un hechizo, entre otras muchas atrocidades que diario vemos.
Por todo ello reitero respetuosamente a quienes de buena fe abrevan de este tipo de productos la siguiente pregunta: ¿quieren creer o quieren saber? Si quieren saber la verdad de las cosas necesitan adoptar una actitud escéptica, exigir pruebas bajo parámetros científicos, proceder a analizar racionalmente, decantarse por explicaciones terrenales al menos en primera instancia apegándose a lo establecido por la navaja de Occam de preferir las explicaciones más racionales y terrenales aunque sean menos espectaculares, que las explicaciones más fantasiosas o que se “apoyan” sólo en dichos de algunas personas, que pueden ser respetables pero que no basta su palabra para establecer una verdad científica. La verdad es intersubjetiva y sólo puede ser aceptada por una comunidad científica si se siguen exigencias rigurosas que garanticen el máximo de objetiva posible. De otro modo habría que aceptar la postura de Tertuliano quien decía: “creo porque es absurdo” pues sólo lo absurdo puede ser creído dogmáticamente, como un acto de fe, sin mediación de la razón.