Revista Opinión

¿Crees que el nombre condiciona?

Publicado el 07 enero 2014 por María Pilar @pilarmore
¿Crees que el nombre condiciona?La parturienta estaba encogida por los dolores del parto cuando oyó a su suegra:
  • Pánfilo de Cesarea y no se hable más. Está hoy en el calendario y esas cosas son sagradas.
  • Pero ¿Pánfilo?, madre – le dijo el hijo con la sumisión que le caracterizaba.
  • Pánfilo de Cesarea, sí,  en la iglesia, en el registro civil y para toda su vida.
El niño, hermoso por cierto, gritaba proclamando al mundo su vitalidad o tal vez su protesta ante semejante carga de por vida. Su primera y última pataleta ante la sargento de su abuela, porque en cuanto lo cogió en brazos, supo lo dura e insensible que era.
Sigo yo, Pánfilo de Cesarea, esta mi historia porque ya he crecido y, a pesar de mi abuela o gracias a ella, se me da bien lo de escribir.En casa, era la dueña de los caudales y la que daba las órdenes. Yo, muy pronto, me vi relegado al lugar de los que obedecían, junto a mis padres.Enseguida fui consciente de las risitas que ocasionaba mi nombre, ya me llamara mi madre, débil y enfermiza: ¡Mipanfi!, mi padre con su potente voz y débil carácter: ¡Pánfilo! O mi abuela, que tanto escatimaba en otras cosas y que no se reprimía nunca al llamarme: ¡Pánfilo de Cesarea!La entrada en la escuela, donde por fin iba a estar con niños de mi edad, me dio la puntilla. 
  • ¿Su nombre? – me preguntó el profesor.
  • Pánfilo – le respondí con un hilo de voz.
  • Pan ¿qué? Hable en voz más alta y diga su nombre completo.
Noté la expectación que se había creado en el grupo de niños. Habían dejado de hablar entre ellos y el silencio era sobrecogedor.
  • Pánfilo de Cesárea – respondí. Antes de acabar de hablar, las risas, mofas y jolgorio eran generales.
  • Siéntese – me respondió. El miedo me había paralizado y no pude evitar mearme los pantalones.
  • Vaya, va a tener que traer pañales.
La carcajada que me acompañó hasta mi sitio, traspasó las paredes de la escuela y se extendió por todo el pueblo, en el que fui la comidilla durante una larga temporada.Si duro se me hizo estar en la clase sentado solo en la última mesa, cruel fue la actitud de los compañeros durante los recreos. Capitaneados por el hijo del guardabosques me hicieron odiosa la primaria hasta el último momento.En el instituto no lo pasé mejor. Entonces vivíamos en otra ciudad mi padre y yo solos, pues mi madre y mi abuela ya habían muerto.Todo ello condicionó mi carrera universitaria: Matemáticas, como 1ª y única opción. Con los números me había entendido siempre bien, los únicos que me permitían participar en sus juegos. Mi expediente fue brillante y creí percibir un destello fugaz en la mirada de mi padre. Por lo demás, como nos habían amasado a los dos en el mismo horno, no hablábamos mucho entre nosotros y nunca expresábamos nuestros sentimientos. Salir al campo laboral y tener todas las puertas cerradas, fue algo que a esas alturas de mi vida no me sorprendió.Vísperas de la Navidad de 2013,  una tarde gris y fría de ese crudo invierno, deambulando por las calles del centro de Vitoria para no ir a casa, la musa de la inspiración se compadeció de mí y me tocó con su magia. 
  • Si todos se ríen sólo con oír tu nombre ¿por qué te empeñas en ir contracorriente? 
  • ¿Reír?,  pero eso ¿cómo se hace? Si no recuerdo haberme reído nunca. 
La iluminación de una moderna tienda de televisores de última generación, captó mi atención. Un payaso con sus vistosos colores y su amplia sonrisa, se multiplicaba hasta el infinito en todas las pantallas. Los niños lo miraban sin pestañear, entregados por completo a todo lo que hacía o decía. Aplaudían y reían con esa sonrisa franca y auténtica que sólo los niños son capaces de ofrecer. Le miré a los ojos y me vi reflejado en un espejo, mis propios ojos de triste mirada al borde del llanto, por momentos irradiaban los destellos que recibían de los niños. La clave estaba en el vistoso disfraz y en la alegre máscara de payaso. Entré en unos almacenes a comprarme mi flamante disfraz. 

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