Tal vez el gran invento de Sterne fue la novela construida, casi en su totalidad, con digresiones, ejemplo que seguiría después Diderot. La divagación o digresión, quiérase o no, es una estrategia perfecta para aplazar la conclusión, una multiplicación del tiempo en el interior de la obra, una fuga perpetua. ¿Una fuga de qué? De la muerte, dice Carlo Levi en su prólogo a la traducción italiana de Tristam Shandy: “El reloj es el primer símbolo de Shandy, bajo su influjo es engendrado y comienzan sus desgracias, que son una sola cosa con ese signo del tiempo. La muerte está escondida en los relojes (…) Tristán Shandy no quiere nacer porque no quiere morir”.
Todos los medios, todas las armas, son buenos para salvarse de la muerte y del tiempo. Si la línea recta es la más breve entre dos puntos fatales e inevitables, las digresiones la alargarán. Y esas digresiones, nos señala Levi, se vuelven tan complejas, enredadas, tortuosas, tan rápidas que hacen perder las propias huellas, “tal vez la muerte no nos encuentre, el tiempo se extravíe y podamos permanecer ocultos en los mudables escondrijos”.
No puedo olvidarme de que en otros días el cometa shandy pasaba cada día por mi mundo. Me fascinaba Sterne, con esa novela que apenas parecía una novela sino un ensayo sobre la vida, un ensayo tramado con un tenue hilo de narración, lleno de monólogos donde los recuerdos reales ocupan muchas veces el lugar de los sucesos fingidos, imaginados o inventados. Y donde la risa estaba siempre a punto de estallar y de pronto se resolvía en lágrimas. Triste y chiflado yo era.
Mi vida estaba llena de saltos, de idas y venidas imprevistas, como la línea de pensamiento sinuoso de Sterne. Me acuerdo muy bien de que entonces la muerte todavía estaba escondida en los relojes. Ahora quien está escondido soy yo. Me acuerdo, me acuerdo muy bien de todo aquello. La vida era shandy.
Enrique Vila-Matas
Doctor Pasavento
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Laurence Sterne ya había captado este carácter problemático y paradójico de la acción; en Tristam Shandy, sólo hay acciones infinitesimales; a lo largo de varios capítulos, el padre de Shandy intenta, con la mano izquierda, sacarse el pañuelo de su bolsillo derecho mientras, a la vez, con la mano derecha, trata de quitarse la peluca de la cabeza; durante varios capítulos, el doctor Slop se afana por deshacer los nudos, demasiados y demasiado apretados, de la bolsa donde están los instrumentos quirúrgicos destinados a traer al mundo a Tristam. Esta ausencia de acción (o esta miniaturización de la acción) está tratada con una sonrisa idílica (sonrisa que no comparten ni Joyce ni Kafka y que permanecerá sin igual en toda la historia de la novela). Creo ver en esta sonrisa una radical melancolía: quien actúa quiere vencer; quien vence trae sufrimientos al otro; la renuncia a la acción es el único camino hacia la felicidad y la paz.
Milan Kundera
El telón
Imagen: Sir Joshua Reynolds
Retrato de Laurence Sterne, 1760
Previamente en Calle del Orco:
La orden secreta de los shandystas, Ernst Jünger
Vuelva a leer de cabo a rabo el capítulo anterior, Laurence Sterne