Revista Cultura y Ocio

Crepusculario

Publicado el 24 mayo 2017 por Rubencastillo
Crepusculario
Crepusculario es sustancialmente una obra de Neruda, pero aún no lo es del todo accidentalmente. Uso esta terminología aristotélica para significar que el espíritu del volumen ya nos muestra a un escritor potente, a un zahorí de bellezas; pero que la forma en que traduce ese huracán íntimo es todavía imperfecta. Neruda ha buceado poderosamente por el océano de los libros y, al emerger, su piel está húmeda de influencias y salina de plagios. Pero esta actitud no es en modo alguno vituperable, ni motivo de burla. Todo escritor joven nace de una superposición de adherencias y busca con su ayuda su propio sendero creativo.Se percibe en casi todos los poemas de este volumen, como si una niebla los impregnase, que aquel chico oscuro, tímido y solitario no era feliz. ¿Simple prurito adolescente de significación? ¿Malditismo romántico llevado a su extremo? La martilleante insistencia del escritor parece avalar la sinceridad de su pena: “Estoy triste, pero siempre estoy triste” (Farewell); “Sé que la vida es triste” (Los jugadores); “Mordiendo solo todas mis tristezas” (Barrio sin luz); “Mi cuerpo triste” (Aquí estoy con mi pobre cuerpo); “Mi queja triste” (Tengo miedo); etc. Y las posteriores declaraciones autobiográficas del vate chileno confirmarían una y otra vez la autenticidad de esa desolación.Inquieto, febril, casi arrebatado, Neruda indaga en múltiples direcciones: baraja moldes estróficos diferentes (cuartetos, sonetos, romances); juega con una polimetría nerviosa (versos de 7, 8, 9, 11, 14, 16 sílabas); y hasta se permite ejercicios lujosos con la rima: bien decantándose por consonancias extremas (crepúsculo-corpúsculo-músculo); bien recurriendo a ironías semánticas (impolutas-putas). ¿Y a quién no seduce el precoz riesgo estrepitoso de sus encabalgamientos, el luminoso poder evocador de sus símiles (“Incontenible como un amanecer”), el lirismo desprejuiciado de sus metáforas, la belleza de sus adjetivos desplazados (“La angustia inmóvil del acero”) o el espesor de sus imágenes acumulativas (“Rodaban, ululando como tigres, los trenes”)? Es como si nada le bastase. O, mejor, como si pretendiera caminar todos los senderos para ver por cuál transita con más comodidad y con mejores resultados.
Una voz, que aún estaba desperezándose, había nacido.

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