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Polémico político e incuestionable estilista, Leopoldo Lugones, tantas veces citado por Borges, abordó casi todos los géneros. En esta obra, de carácter histórico, deslizó el autor una deliciosa descripción de un crepúsculo. Fragmento de El imperio jesuítico. De Leopoldo Lugones. A la tarde el espectáculo solar es magnífico; sobre los grandes ríos especialmente, pues dentro el bosque la noche sobreviene brusca, apenas disminuye la luz. En las aguas, cuyo cauce despeja el horizonte, el crepúsculo subtropical, despliega toda su maravilla. Primero es una faja amarillo hiel al Oeste, correspondiendo con ella por la parte opuesta una zona baja de intenso azul eléctrico, que se degrada hacia el cenit en lila viejo y sucesivamente en rosa, amoratándose por último sobre una vasta extensión donde boga la luna. Luego este viso va borrándose, mientras surge en el ocaso una horizontal claridad de anaranjado ardiente, que asciende al oro claro y al verde luz, neutralizado en una tenuidad de blancura deslumbradora. Como un vaho sutilísimo embebe, á aquel matiz un rubor de cutis, enfriado pronto en lila donde nace tal cual estrella; pero todo tan claro, que su reflexión adquiere el brillo de un colosal arco-iris sobre la lejanía inmensa del río. Este, negro á la parte opuesta, negro de plomo oxidado entre los bosques profundos que le forman una orla de tinta china, rueda frente al espectador densas franjas de un rosa lóbrego. Un silencio magnífico profundiza el éxtasis celeste. Quizá llegue de la ruina próxima, en un soplo imperceptible, el aroma de los azahares. Tal vez una piragua se destaque de la ribera asaz sombría, engendrando una nueva onda rosa; y haciendo blanquear, como una garza á flor de agua, la camisa de su remero... El crepúsculo, radioso como una aurora, tarda en decrecer; y cuando la noche empieza por último á definirse, un nuevo espectáculo embellece el firmamento. Sobre la línea del horizonte, el lucero, tamaño como una toronja, ha aparecido, palpitando entre reflejos azules y rojos, á modo de una linterna bicolor que el viento agita. Su irradiación proyecta verdaderas llamas, que describen sobre el agua una clara estela, á pesar de la luna, y la primera impresión es casi de miedo en presencia de tan enorme diamante. Fuente: Nervo, Amado. Lecturas literarias. París: Librería de la Vda. de C. Bouret, 1918.
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