Muchos padres primerizos nos preguntamos cómo eran nuestras abuelas capaces de salir a recoger tomates y cuidar de cinco críos sin que se le pierda alguno por la huerta, mientras dos se comen la tierra y los otros dos lloran por alguna razón desconocida. Pues lo hacían, con habilidad, con instinto, con paciencia o con suerte. O más bien con un poco de todo eso.
La vida “moderna” nos ha traído muchas ventajas en la crianza de nuestros nenes, cosas que nos facilitan la vida, que nos permiten cuidar de nuestros niños de una forma más eficiente. Pero el otro lado de esos inventos es bastante más chungo de lo que creemos y, a veces, lejos de suponer una ayuda a una situación, en realidad, satisface una necesidad creada artificialmente o un capricho de los padres que, por alguna razón, se gastan los billetes que no tienen en la jirafita de juguete de moda porque es la que la Kardashian le ha comprado a su hija. Podéis profundizar en ello en este otro artículo: https://www.nocreasnada.com/crianza-irrespetuosa/
Creo que hay un par de artilugios que bien merecen tener un tratamiento aparte y seguramente, no sean los primeros. Hablo de algo que es una aberración para unos y un salvavidas para otros, se trata de las correas infantiles y las pulseras “madre-hijo”. ¿Qué tu hijo quiere curiosear en el super porque el mundo es algo alucinante para él? Pues, muy sencillo, cómprale una correa y así limitarás su movimiento solo al que a ti te venga bien para poder ver las cremitas de oferta. Eso sí, como un arnés es muy agresivo a la vista y tu hijo parecerá un sucedáneo del doctor Lecter, los fabricantes lo camuflan con una simpática mochila de La Patrulla Canina o el incombustible Mickey Mouse. Así serás una madre hiperpreocupada porque tu hijo no se pierda en la sección de charcutería. Igual ocurre con las pulseras, que, en realidad son un par de esposas de plastiquillo con almohadillas, para que no rasque ni moleste, y así llevarás a tu pequeño de la mano como el que lleva un maletín para controlar bombas nucleares en una peli de 007.
A veces, nos escudamos en que van cómodos o están seguros cuando, la mayoría de las veces, no es así.
Conocida la operativa de ambos, la utilidad no se discute, pero tiene el pequeño inconveniente de que lo mismo la dignidad del niño no queda tan asegurada como creemos. Muchos diréis que os da igual con tal de velar por el bienestar de nuestros pequeños terremotos, pero muchos psicólogos están empezando a alertar al respecto de estos dispositivos de retención. La privación de libertad de forma “artificial”, entendida como retención y no por disciplina paterna, puede traducirse en problemas futuros como inseguridad, debilitamiento de los lazos afectivos, fracaso escolar… Y es que todos son mucho de colecho y piel con piel hasta que tienen que correr detrás de un culito inquieto de dos años. Peggy Drexler, psicóloga del colegio de médicos de la universidad de Cornell declaró al respecto que “absuelven a los niños de tener que escuchar a los padres, y a los padres de tener que enseñarles a sus hijos a escuchar, a seguir reglas, a mantenerse a salvo y a usar el sentido común.” Por su parte, Jennifer Harstein indicó que las correas pueden ser prácticas pero también pueden dejar “secuelas de humillación en el niño”. Lo dicho sobre las correas podría ser aplicable a las pulseras, cuyo uso está menos extendido y que, además, pueden provocar lesiones en las muñecas.
El fracaso escolar no solo trunca la formación de nuestros chavales, también su crecimiento personal.
Pese a todo esto, hay padres que defienden el uso de estos dispositivos con una virulencia tal como si se tratara de un ataque personal, como si, en el fondo supieran que esos artilugios no son más que un cacharro más que consumir porque está de moda o porque tienen un pánico terrible a no dar la talla como padres y se escudan en su seguridad. Todos somos humanos, todos podemos fallar, pero cuidar a nuestros hijos no es atarlos, es darles alas, ayudarles a descubrir el mundo mientras nosotros velamos por ellos. Solo así sabrán que podrán contar con sus padres tal como lo han hecho siempre, desde que les alcance la memoria.
No es fácil, pero los grandes logros nunca lo son.